Post by aguiluchomayor on Aug 11, 2005 11:46:25 GMT -5
El fútbol hecho sentimiento
Con muchos momentos de gloria, producto de ciclos brillantes como los de Carlos Bianchi y Juan Carlos Lorenzo, Boca enriqueció su larga historia.
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Horacio Pagani.
hpagani@clarin.com
Eran los tiempos de La Máquina de River, de Moreno, Pedernera, Labruna... Sin embargo, sostenido por la garra que simbolizaba el Leoncito Natalio Pescia, el Boca conducido por Alfredo Garasini —bah, en realidad el entrenador no tenía entonces la prensa de este tiempo— se despachó con un bicampeonato en 1943-44. En aquellos años cuarenta estaba en juego, más que nunca, la antinomia entre los viejos líderes del fútbol argentino. Dos días antes de la aparición de Clarín, el 26 de agosto de 1945, Boca le ganaba a Estudiantes por 3 a 1, en la Bombonera. Una semana después derrotaba a Huracán —en cancha de San Lorenzo— por el mismo resultado. Sonaban los nombres de Mario Boyé (el Atómico), de Severino Varela (el uruguayo de la boina blanca), de Jaime Sarlanga, de Pío Corcuera. De José Marante, de Rodolfo De Zorzi (las hermanitas Legrand, según la ingeniosa comparación popular con las flamantes reinas del Carnaval, Mirta y Silvia, entre la rudeza de ellos, los defensores, y la delicadeza de ellas). Pero ese año 45 volvió a ser de River. Hubo que conformarse con el subcampeonato. Y también con el siguiente, cuando San Lorenzo empezó a cumplir el ciclo de los 13 años (había sido campeón en 1933 y lo fue en el el 59 y en 72) con el terceto mágico de Farro, Pontoni y Martino. Y con otro segundo puesto en 1947, nuevamente detrás de River, cuando la línea media integrada por Lucho Sosa, Ernesto Lazzatti, El Pibe de Oro, y el Leoncito Pescia era la carta identificatoria de un equipo con temperamento, pero también con técnica futbolera.
El declive empezó en 1948. Pese a las costosas adquisiciones —los brasileños Amalfi Yeso y Heleno de Freitas, el colombiano Carlos Gómez Sánchez, y Juan Negri, de Estudiantes— el equipo navegó en la mitad de la tabla, hasta que el éxodo de futbolistas obligó a jugar las últimas fechas con jugadores juveniles. Y al año siguiente (1949) el glorioso Boca Juniors, el orgullo armado por los inmigrantes genoveses, el xeneize, estuvo al borde del abismo, en la peor campaña de su historia. Apenas pudo salvarse del descenso en la última fecha tras golear a Lanús, al cabo, el condenado. Renato Cesarini, nada menos, —muy pocos lo recuerdan— había sido entrenador de aquel equipo, con la continuación del húngaro César Platko.
Una vuelta a la vida se produjo en 1950, con otro subcampeonato, aunque lejos de Racing, el líder. La llegada de José Manuel Moreno, el Charro —símbolo de River—, desde la Católica de Chile; más Pierino Gónzalez, Juan Ferraro, Francisco Campana y Marcos Busico, formaron la avanzada de la recuperación. Pero la sequía siguió por otros dos años. Hasta que en 1954 —comandado por el verborrágico y visionario Alberto J. Armando, el presidente, se volvió a la consagración después de 10 años. Todavía estaba Pescia en el plantel. Pero también Julio Elías Musimessi, el guardavallas cantor, y Eliseo Mouriño. Y José Pepino Borrello, el goleador. Era la estrella que se necesitaba después de la larga malaria.
Y volvió la inseguridad en los finales de los años cincuenta. Ya estaban Antonio Rattin y Silvio Marzolini. Hasta que en 1962 comenzó otra época de rosas. José D'Amico era el entrenador. Pero Paulo Valentim, el verdugo de River, de Amadeo Carrizo, era el dueño de las ovaciones y los estribillos. Fue campeón ese año. Y también en 1964 y 65. Pero ya había empezado a gestarse el sueño de la Copa Libertadores con aquella final resignada ante el fabuloso Santos de Pelé. Brillaba entonces la luz profunda de Angelito Rojas y hacía goles el díscolo José Sanfilippo.
La década brillante se completó con los títulos Nacionales de 1969 —con la aureola del gran Alfredo Di Stéfano como DT— y 1970, cuando el entrenador fue José Silvero. Permanecía Rojitas, con sus intermitencias, pero lo respaldaban el peruano Julio Meléndez y Roberto Rogel y lo rodeaban Norberto Madurga, Orlando Medina y Nicolás Novello.
Hubo otro tiempo de transiciones —los buenos equipos, pero sin títulos, de Rogelio Domíngez— hasta que arribó el inefable Toto Lorenzo, en 1976. El Loco Gatti, Pernía, Suñé, Mastrángelo, Felman, Veglio, Zanabria. Oficio, táctica, picardía. Un bicampeonato y las dos primeras Copas Libertadores. El ciclo se extendió hasta el logro de la Copa Intercontinental, ante el Borussia Moenchengladbach, en 1978. La gloria estaba completa. El repertorio del Toto Lorenzo, también.
Mientras Clarín seguía afirmando su mensaje y su popularidad, Boca dio un nuevo salto de calidad en 1981 con la llegada de Diego Maradona, el máximo referente de todos los tiempos. Fue campeón aquel equipo de Miguel Brindisi y Jorge Benítez, después de vencer a Ferro.
Pasaron otros once años hasta el título del Apertura 1992. El técnico era Oscar Tabárez y el referente Alberto Márcico. Había ganado el Clausura 91 aquel equipo. Pero no se computó como campeonato. Debió dirimir con Newell's, ganador del Apertura, y perdió por penales aquella final.
Siguieron otras temporadas imprecisas hasta que apareció por Brandsen 805 Carlos Bianchi, un triunfador en Vélez pero un ajeno al mundo Boca. Y con Bianchi se produjo el ciclo más exitoso en la historia del club. Con un invicto impresionante se adjudicó el Apertura 98. Y sólo perdió un partido —contra Independiente— en la siguiente consagración del Clausura. Román Riquelme manejaba la batuta. Y respondían los colombianos Oscar Córdoba, Jorge Bermúdez y Mauricio Serna. Y Martín Palermo. Y el mellizo Guillermo Barros Schelotto. Cuatro títulos locales, tres Libertadores, dos Intercontinentales. Una campaña inigualable, de la mano de Carlos Bianchi, el nuevo ídolo de saco y corbata.
Sesenta años de Clarín, sesenta años en la rica historia de Boca.
Con muchos momentos de gloria, producto de ciclos brillantes como los de Carlos Bianchi y Juan Carlos Lorenzo, Boca enriqueció su larga historia.
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Horacio Pagani.
hpagani@clarin.com
Eran los tiempos de La Máquina de River, de Moreno, Pedernera, Labruna... Sin embargo, sostenido por la garra que simbolizaba el Leoncito Natalio Pescia, el Boca conducido por Alfredo Garasini —bah, en realidad el entrenador no tenía entonces la prensa de este tiempo— se despachó con un bicampeonato en 1943-44. En aquellos años cuarenta estaba en juego, más que nunca, la antinomia entre los viejos líderes del fútbol argentino. Dos días antes de la aparición de Clarín, el 26 de agosto de 1945, Boca le ganaba a Estudiantes por 3 a 1, en la Bombonera. Una semana después derrotaba a Huracán —en cancha de San Lorenzo— por el mismo resultado. Sonaban los nombres de Mario Boyé (el Atómico), de Severino Varela (el uruguayo de la boina blanca), de Jaime Sarlanga, de Pío Corcuera. De José Marante, de Rodolfo De Zorzi (las hermanitas Legrand, según la ingeniosa comparación popular con las flamantes reinas del Carnaval, Mirta y Silvia, entre la rudeza de ellos, los defensores, y la delicadeza de ellas). Pero ese año 45 volvió a ser de River. Hubo que conformarse con el subcampeonato. Y también con el siguiente, cuando San Lorenzo empezó a cumplir el ciclo de los 13 años (había sido campeón en 1933 y lo fue en el el 59 y en 72) con el terceto mágico de Farro, Pontoni y Martino. Y con otro segundo puesto en 1947, nuevamente detrás de River, cuando la línea media integrada por Lucho Sosa, Ernesto Lazzatti, El Pibe de Oro, y el Leoncito Pescia era la carta identificatoria de un equipo con temperamento, pero también con técnica futbolera.
El declive empezó en 1948. Pese a las costosas adquisiciones —los brasileños Amalfi Yeso y Heleno de Freitas, el colombiano Carlos Gómez Sánchez, y Juan Negri, de Estudiantes— el equipo navegó en la mitad de la tabla, hasta que el éxodo de futbolistas obligó a jugar las últimas fechas con jugadores juveniles. Y al año siguiente (1949) el glorioso Boca Juniors, el orgullo armado por los inmigrantes genoveses, el xeneize, estuvo al borde del abismo, en la peor campaña de su historia. Apenas pudo salvarse del descenso en la última fecha tras golear a Lanús, al cabo, el condenado. Renato Cesarini, nada menos, —muy pocos lo recuerdan— había sido entrenador de aquel equipo, con la continuación del húngaro César Platko.
Una vuelta a la vida se produjo en 1950, con otro subcampeonato, aunque lejos de Racing, el líder. La llegada de José Manuel Moreno, el Charro —símbolo de River—, desde la Católica de Chile; más Pierino Gónzalez, Juan Ferraro, Francisco Campana y Marcos Busico, formaron la avanzada de la recuperación. Pero la sequía siguió por otros dos años. Hasta que en 1954 —comandado por el verborrágico y visionario Alberto J. Armando, el presidente, se volvió a la consagración después de 10 años. Todavía estaba Pescia en el plantel. Pero también Julio Elías Musimessi, el guardavallas cantor, y Eliseo Mouriño. Y José Pepino Borrello, el goleador. Era la estrella que se necesitaba después de la larga malaria.
Y volvió la inseguridad en los finales de los años cincuenta. Ya estaban Antonio Rattin y Silvio Marzolini. Hasta que en 1962 comenzó otra época de rosas. José D'Amico era el entrenador. Pero Paulo Valentim, el verdugo de River, de Amadeo Carrizo, era el dueño de las ovaciones y los estribillos. Fue campeón ese año. Y también en 1964 y 65. Pero ya había empezado a gestarse el sueño de la Copa Libertadores con aquella final resignada ante el fabuloso Santos de Pelé. Brillaba entonces la luz profunda de Angelito Rojas y hacía goles el díscolo José Sanfilippo.
La década brillante se completó con los títulos Nacionales de 1969 —con la aureola del gran Alfredo Di Stéfano como DT— y 1970, cuando el entrenador fue José Silvero. Permanecía Rojitas, con sus intermitencias, pero lo respaldaban el peruano Julio Meléndez y Roberto Rogel y lo rodeaban Norberto Madurga, Orlando Medina y Nicolás Novello.
Hubo otro tiempo de transiciones —los buenos equipos, pero sin títulos, de Rogelio Domíngez— hasta que arribó el inefable Toto Lorenzo, en 1976. El Loco Gatti, Pernía, Suñé, Mastrángelo, Felman, Veglio, Zanabria. Oficio, táctica, picardía. Un bicampeonato y las dos primeras Copas Libertadores. El ciclo se extendió hasta el logro de la Copa Intercontinental, ante el Borussia Moenchengladbach, en 1978. La gloria estaba completa. El repertorio del Toto Lorenzo, también.
Mientras Clarín seguía afirmando su mensaje y su popularidad, Boca dio un nuevo salto de calidad en 1981 con la llegada de Diego Maradona, el máximo referente de todos los tiempos. Fue campeón aquel equipo de Miguel Brindisi y Jorge Benítez, después de vencer a Ferro.
Pasaron otros once años hasta el título del Apertura 1992. El técnico era Oscar Tabárez y el referente Alberto Márcico. Había ganado el Clausura 91 aquel equipo. Pero no se computó como campeonato. Debió dirimir con Newell's, ganador del Apertura, y perdió por penales aquella final.
Siguieron otras temporadas imprecisas hasta que apareció por Brandsen 805 Carlos Bianchi, un triunfador en Vélez pero un ajeno al mundo Boca. Y con Bianchi se produjo el ciclo más exitoso en la historia del club. Con un invicto impresionante se adjudicó el Apertura 98. Y sólo perdió un partido —contra Independiente— en la siguiente consagración del Clausura. Román Riquelme manejaba la batuta. Y respondían los colombianos Oscar Córdoba, Jorge Bermúdez y Mauricio Serna. Y Martín Palermo. Y el mellizo Guillermo Barros Schelotto. Cuatro títulos locales, tres Libertadores, dos Intercontinentales. Una campaña inigualable, de la mano de Carlos Bianchi, el nuevo ídolo de saco y corbata.
Sesenta años de Clarín, sesenta años en la rica historia de Boca.