Post by realeagle on Jun 21, 2007 14:24:13 GMT -5
GREMIO 0 - BOCA 2
Hecha para Boca
Lo juró en las tribunas y cumplió en Brasil: se trae a la Argentina, y por sexta vez, esa Libertadores que, como reza el hit... Al final lo aplaudió de pie todo el estadio.
Calla Porto Alegre. Gremio otorga. Minuto de silencio en el Olímpico Monumental. La hoguera de las vanidades se extingue en portuñol. Se deshace el humo de las bengalas. Se apaga el incendio, el sonar de las perturbantes bombas de estruendo. Gremio quiso ganarlo de adentro hacia afuera. Borrachera colectiva, damajuanas y longaniza. Vale todo. El placar electrónico exige aliento. Se respira violencia, anti Boca, anti argenta. Desde arriba, mean. Allá abajo, sobre un córner, en la arquibancada (bah, la popu Brazil version), ellos, de azul y amarillo, se hacen notar. Se dice que son unos 4.000. No parece. El "somos locales otra vez", de a poquito, le gana al "uh uh uh, argentino, palo en el cú". O algo así de autóctono. La prensa ''visitante'' copa un pasillo de evacuación. La dirigencia y los suplentes sin suerte se agolpan en un palco VIP. Como puede, Boca se adueña de la final, de la capital gaúcha. Y no parece otra cosa que una ciudad sitiada entre tanto helicóptero y celosa custodia policial. Derruida. Lejos de la hazaña tras un 0-3 irremontable. Tampoco parece la venerada San Pablo, megalópolis testigo del mito y realidad de Carlos Bianchi (bien lo sabe Palmeiras, bien lo recuerda Santos), aunque esos espantosos pantaloncitos amarillos —que se subieron de apuro a un chárter por exigencias reglamentarias de última hora— eran del 2003, todavía época del Virreinato... En Río Grande do Sul, en los pastos donde Ronaldinho le empezó a mostrar los dientes al mundo, el Boca de Miguel Russo, otro que no escatima en sonrisitas continuas, le mostró el corazón al planeta fútbol. Quebrando una hegemonía copera —de Libertadores, competición madre de América— que, en las anteriores tres ediciones, trocó en cafetera. Agrio sabor colombiano, en Manizales; doblete con tonada portuguesa en 2005 y 2006, el año en que Boca fue boquita, equipo de cabotaje. Pero en el 2007, la historieta viró. Y dio la vuelta (olímpica) al mundo. Bien lo entiende el Milan que, en la madrugada italiana, debió sacarse el sombrero ante el nuevo Rey de Copas: 17 a 16 y se acabó...
Doblete de Riquelme para certificar el histórico 5-0 global en Libertadores. Y la llave gigante de una Toyota para Román, MVP, uno de los primeros que enfiló para el codito, uniéndose en el pogo con la barra. Y la rondita que se extrañaba reapareció. Como los palitos para la contra. "La Copa Libertadores no se hizo pa'' Gallinas", cantaban... Sí, todo acabó. Como el humo de las bengalas, como el vino acervezado. Como el fantasma de Porto Alegre, tricolor como Almagro, incoloro como pocos. Boca festeja el retorno al champagne. O a la caipirinha, por caso. Ya se escuchan chocar las Copas prometidas, las Copas "que perdieron las Gallinas", tal como se escucha sobre el córner, de boca de todos. Y Gremio aplaude. La alegría no es sólo brasileña. Porto Alegre calla. Calla por Boca...
Experto en este Gremio
Boca conoce de sobra el oficio de ganar finales. Fue inteligente desde lo táctico y le sobró fútbol para dominar de taquito.
RAMIRO SCANDOLO rscandolo@ole.com.ar
El primer paso fue igual al segundo y éstos al último. A Boca nunca le temblaron las piernas y jugó esta final siempre igual, sin desórdenes, con concentración, sin muchos sobresaltos, con autoridad, a su ritmo, al pulso de Román. Atento para meterle frío a la pelota, para asociarse con Neri y sus diagonales, para prestarle atención a la contra y, sobre todo, para hacer los goles. Gremio —¿no habrá sido Almagro?— es un equipo experto en la segunda jugada. Son reboteros que buscan aprovechar el barullo. Con Caranta atento y con un plantel que se entrega, mostró su peso específico intrínseco. Y lo mató.
Ese plus también jugó de manera decisiva. Porque el corazón que tiene Boca, es decir, sus jugadores, siempre cuentan con algo más. ¿Quién se animaría a discutir que hay como una especie de energía o de mística o de como se llame que también pesó en esta consagración tanto como en las anteriores? Eso que se trasmite hace que conjuntos mejores pasen a esconderse de manera sustancial. Desde el 2000, en el inicio del ciclo de Bianchi, los rivales brasileños que tuvieron que enfrentar al ya más campeón del mundo, sucumbieron. Gremio, anoche, no la tocó. Ah, Schiavi tuvo la más clara...
Ahora, si Brasil es el pentacampeón de la galaxia futbolera, si cuando juegan sus figuras hacen chocar a los planetas, si el debate pasa por si la táctica está 20 años atrasada o adelantada, ¿por qué en estos siete años de festejos no hay manera de poner a Boca de rodillas? Córdoba o Caranta, Samuel o Morel, el Pepe Basualdo o Ledesma, Traverso o Banega. Lo mismo da. Hubo control mental de juego (no territorial) de principio a fin, que se acentuó con el ingreso de Battaglia. Acordate de la definición del 2000 frente al Palmeiras o el "imbatible" Santos del 2003 que terminó ¡1-5 en el global! La respuesta, claro, excede a técnicos y jugadores y sólo hay que buscarla en ese otro yo que supo cultivarse y germinar éxito tras éxito.
El Libertador de América es Román
Riquelme jugó otro partido de novela, metió dos goles, hizo callar a los brasileños y demostró que fue la gran estrella de la Copa. A sus pies rendido un continente.
Hacía falta algo más para confirmar que Juan Román Riquelme fue la estrella de la Copa?
"En el otro Boca no hablaba tanto porque era un equipo de hombres. ¿Qué les iba a decir a Bermúdez, Serna, Cagna, Palermo, Delgado o Guillermo? Ahora en el mediocampo era necesario que hablara más porque hay muchos chicos que se están haciendo como Banega o Cardozo".
Fue, es y tal vez será otro el Riquelme que volvió a Boca para ser campeón de América. Para hablarles a los chicos y no tan chicos para que no se apuraran en la última escala. Para que jugaran a su ritmo y así sacarle ritmo al ímpetu de Gremio. Para tener la pelota como a él le gusta y anoche, en el primer tiempo, lo logró de a ratos. Para aguantar y recibir foules (duros algunos como ese de Teco arriba con el codo y abajo con plancha). Para ser él, en definitiva.
Ya había abrazado a Saja cuando corrió hasta a metros del banco local para saludar (y también abrazarse) con Schiavi. Enseguida, supo que tendría marcas escalonadas, con Gavilán como estandarte. Tuvo una asistencia clara, al final de la parte inicial, pero le falló la derecha para dejar mano a mano a Palacio.
Si fue su despedida en esta nueva etapa en Boca está por verse más allá de las declaraciones públicas de Macri ("es imposible que siga") y del propio Román ("con Gremio es mi último partido, no es cuestión de hacer hipótesis"). Si es el adiós, alimentó la leyenda por varios motivos: apareció cuando deben aparecer los cracks, en los partidos más chivos. Potenció y le quitó presión a un equipo que venía de sufrir un palazo terrible en diciembre. Tapó las críticas más acérrimas y endulzó esos corazones que jamás lo olvidaron y le perdonaron todo. Lo hizo sin demagogia, con su juego y su genio. Y por si fuera poco... Sí, por si fuera poco fue el goleador del campeón.
La leyenda quedó a punto de reventar cuando recibió de Ibarra, encontró el hueco justo y sacó ese derechazo cruzado, alto, perfecto, un teledirigido que silenció y hasta echó a miles de brasileños del estadio Olímpico. Un golazo. El séptimo. El mejor. El más lindo. El más grande de un grande. Tanto que por las dudas metió la puntita del pie para el segundo, a lo Palermo, para conquistar América por tercer vez en su carrera.
Juan Román Riquelme es el nuevo Libertador.
A sus pies y a su genio, rendido todo un continente.
Gracias, Román.
Todos los gustos todos
WALTER VARGAS wvargas@ole.com.ar
Los esplendores futbolísticos de Riquelme son tan evidentes que sus adoradores andan de brindis en brindis, sus detractores hacen mutis por el foro y los escépticos se ven tentados de cambiar de cofradía. Qué menos puede promover un tipo que vuelve de capa caída a una tierra que por suya que sea no deja de reservarle la hostilidad de unos cuantos, y en un santiamén deviene organizador y prestidigitador de un Boca libertador y arrollador. Un Román de procesión y campana, alegre y alegrador, solícito y cumplidor. Y aguerrido, tan aguerrido que saca pecho y copa la parada cuando todo parece irse de madre y los que le atribuyeron una incurable gelidez aprestan el cuchillo y el tenedor. Por eso, sellada esta segunda juventud cabe preguntarse cuánto podrá prolongarse y en cuáles condiciones. Es cierto que está por cumplir nada más que 29 años en la cédula y 11 en el fútbol de 1, pero no hace tanto la sensación térmica de su desgaste daba cifras astronómicas. De allí, entre otras cosas, renunció a la Selección. Hoy, se dan todas las condiciones para que ande así de campante por la vida y así de radiante en el césped, pero, a qué engañarse: el tono emocional de Román es igual de previsible que el de Nino Dolce. Román requiere de calor familiar, mimos tribuneros, guiños de su entrenador, obediencia de sus compañeros y hasta de una cierta indulgencia de la prensa. Difícil proteger el combo contra todo riesgo, pero si la recompensa es que siga jugando así, dan ganas de llamar a estrechar filas y darle todos los gustos.
Aportó fútbol y sacrificio
Fernando Niembro. Fox Sports y La Red
Miguel Angel Russo tiene dos méritos: el primero es haber aceptado que llegara un jugador que no había pedido, y el segundo fue haberle dado la posibilidad de ser un verdadero conductor. Es ahí donde, por lo general, comienzan las diferencias, los roces, los celos. Y en esto Russo ha sido muy amplio para entender que Román lo enriquecía.
Y se encontró con un jugador que se sacrifica con gran solidaridad. Fue un verdadero técnico dentro de la cancha. Es un tipo tan comprometido con Boca que es capaz de dar un buen pase pero también un buen consejo. Esta dinámica ya la había mostrado en el Mundial, cuando por ejemplo contra México, jugó de volante central. En Boca, además, sintió la cobertura del mundo que lo respeta más y lo mima más. Fue la clave para recuperar su mejor versión.
Lejos, fue el mejor de todos
MARIANO CLOSS. Fox Sports y La Red
Román fue excluyente en esta Libertadores y creo que, en gran porcentaje, el logro tiene su nombre y apellido. Fundamentalmente porque supo cargarse con las responsabilidades del resto de sus compañeros y en varios pasajes hasta fue el técnico adentro de la cancha porque volvió con una experiencia que le daba chapa para hacerlo. Esas ganas de jugar y esa obsesión por ordenar constantemente a sus compañeros, lo convirtieron en el mejor jugador de la Copa.
Me parece que tuvimos la posibilidad de ver al mejor Riquelme y me encontré con un jugador mucho mejor que el que vi en el Mundial y más completo que el de la etapa anterior porque ahora sí es el dueño absoluto del equipo. Es un jugador esencial que le dio mucho más a Boca porque volvió con ganas de demostrar lo buen jugador que es.
A la estética le sumó guapeza
SEBASTIAN VIGNOLO. Canal 13, F. Sports y La Red
Se hizo dueño del equipo, en todos sentido. No sólo con la pelota en los pies, sino también ordenando a sus compañeros. Pero además lo vi decisivo: a la estética le sumó guapeza. Esta es el mejor Riquelme en Boca de todos los tiempos porque está mucho más maduro. Aunque sus últimos momentos no habían sido buenos, todo cambió porque ahora se siente muy cómodo, muy feliz. Cuando tomó la difícil decisión de volver sabía que tenía mucho más para perder que para ganar. Pero se la jugó y otra vez levantó la Copa.
El mérito de Russo fue explotar la mejor parte de Riquelme, no sólo la del jugador sino la que es capaz de tener una ascendencia en los compañeros. Está claro que Miguel no entró en un juego de divismos y Román respondió con goles importantes. Todo el fútbol pasó por sus pies.
Hecha para Boca
Lo juró en las tribunas y cumplió en Brasil: se trae a la Argentina, y por sexta vez, esa Libertadores que, como reza el hit... Al final lo aplaudió de pie todo el estadio.
Calla Porto Alegre. Gremio otorga. Minuto de silencio en el Olímpico Monumental. La hoguera de las vanidades se extingue en portuñol. Se deshace el humo de las bengalas. Se apaga el incendio, el sonar de las perturbantes bombas de estruendo. Gremio quiso ganarlo de adentro hacia afuera. Borrachera colectiva, damajuanas y longaniza. Vale todo. El placar electrónico exige aliento. Se respira violencia, anti Boca, anti argenta. Desde arriba, mean. Allá abajo, sobre un córner, en la arquibancada (bah, la popu Brazil version), ellos, de azul y amarillo, se hacen notar. Se dice que son unos 4.000. No parece. El "somos locales otra vez", de a poquito, le gana al "uh uh uh, argentino, palo en el cú". O algo así de autóctono. La prensa ''visitante'' copa un pasillo de evacuación. La dirigencia y los suplentes sin suerte se agolpan en un palco VIP. Como puede, Boca se adueña de la final, de la capital gaúcha. Y no parece otra cosa que una ciudad sitiada entre tanto helicóptero y celosa custodia policial. Derruida. Lejos de la hazaña tras un 0-3 irremontable. Tampoco parece la venerada San Pablo, megalópolis testigo del mito y realidad de Carlos Bianchi (bien lo sabe Palmeiras, bien lo recuerda Santos), aunque esos espantosos pantaloncitos amarillos —que se subieron de apuro a un chárter por exigencias reglamentarias de última hora— eran del 2003, todavía época del Virreinato... En Río Grande do Sul, en los pastos donde Ronaldinho le empezó a mostrar los dientes al mundo, el Boca de Miguel Russo, otro que no escatima en sonrisitas continuas, le mostró el corazón al planeta fútbol. Quebrando una hegemonía copera —de Libertadores, competición madre de América— que, en las anteriores tres ediciones, trocó en cafetera. Agrio sabor colombiano, en Manizales; doblete con tonada portuguesa en 2005 y 2006, el año en que Boca fue boquita, equipo de cabotaje. Pero en el 2007, la historieta viró. Y dio la vuelta (olímpica) al mundo. Bien lo entiende el Milan que, en la madrugada italiana, debió sacarse el sombrero ante el nuevo Rey de Copas: 17 a 16 y se acabó...
Doblete de Riquelme para certificar el histórico 5-0 global en Libertadores. Y la llave gigante de una Toyota para Román, MVP, uno de los primeros que enfiló para el codito, uniéndose en el pogo con la barra. Y la rondita que se extrañaba reapareció. Como los palitos para la contra. "La Copa Libertadores no se hizo pa'' Gallinas", cantaban... Sí, todo acabó. Como el humo de las bengalas, como el vino acervezado. Como el fantasma de Porto Alegre, tricolor como Almagro, incoloro como pocos. Boca festeja el retorno al champagne. O a la caipirinha, por caso. Ya se escuchan chocar las Copas prometidas, las Copas "que perdieron las Gallinas", tal como se escucha sobre el córner, de boca de todos. Y Gremio aplaude. La alegría no es sólo brasileña. Porto Alegre calla. Calla por Boca...
Experto en este Gremio
Boca conoce de sobra el oficio de ganar finales. Fue inteligente desde lo táctico y le sobró fútbol para dominar de taquito.
RAMIRO SCANDOLO rscandolo@ole.com.ar
El primer paso fue igual al segundo y éstos al último. A Boca nunca le temblaron las piernas y jugó esta final siempre igual, sin desórdenes, con concentración, sin muchos sobresaltos, con autoridad, a su ritmo, al pulso de Román. Atento para meterle frío a la pelota, para asociarse con Neri y sus diagonales, para prestarle atención a la contra y, sobre todo, para hacer los goles. Gremio —¿no habrá sido Almagro?— es un equipo experto en la segunda jugada. Son reboteros que buscan aprovechar el barullo. Con Caranta atento y con un plantel que se entrega, mostró su peso específico intrínseco. Y lo mató.
Ese plus también jugó de manera decisiva. Porque el corazón que tiene Boca, es decir, sus jugadores, siempre cuentan con algo más. ¿Quién se animaría a discutir que hay como una especie de energía o de mística o de como se llame que también pesó en esta consagración tanto como en las anteriores? Eso que se trasmite hace que conjuntos mejores pasen a esconderse de manera sustancial. Desde el 2000, en el inicio del ciclo de Bianchi, los rivales brasileños que tuvieron que enfrentar al ya más campeón del mundo, sucumbieron. Gremio, anoche, no la tocó. Ah, Schiavi tuvo la más clara...
Ahora, si Brasil es el pentacampeón de la galaxia futbolera, si cuando juegan sus figuras hacen chocar a los planetas, si el debate pasa por si la táctica está 20 años atrasada o adelantada, ¿por qué en estos siete años de festejos no hay manera de poner a Boca de rodillas? Córdoba o Caranta, Samuel o Morel, el Pepe Basualdo o Ledesma, Traverso o Banega. Lo mismo da. Hubo control mental de juego (no territorial) de principio a fin, que se acentuó con el ingreso de Battaglia. Acordate de la definición del 2000 frente al Palmeiras o el "imbatible" Santos del 2003 que terminó ¡1-5 en el global! La respuesta, claro, excede a técnicos y jugadores y sólo hay que buscarla en ese otro yo que supo cultivarse y germinar éxito tras éxito.
El Libertador de América es Román
Riquelme jugó otro partido de novela, metió dos goles, hizo callar a los brasileños y demostró que fue la gran estrella de la Copa. A sus pies rendido un continente.
Hacía falta algo más para confirmar que Juan Román Riquelme fue la estrella de la Copa?
"En el otro Boca no hablaba tanto porque era un equipo de hombres. ¿Qué les iba a decir a Bermúdez, Serna, Cagna, Palermo, Delgado o Guillermo? Ahora en el mediocampo era necesario que hablara más porque hay muchos chicos que se están haciendo como Banega o Cardozo".
Fue, es y tal vez será otro el Riquelme que volvió a Boca para ser campeón de América. Para hablarles a los chicos y no tan chicos para que no se apuraran en la última escala. Para que jugaran a su ritmo y así sacarle ritmo al ímpetu de Gremio. Para tener la pelota como a él le gusta y anoche, en el primer tiempo, lo logró de a ratos. Para aguantar y recibir foules (duros algunos como ese de Teco arriba con el codo y abajo con plancha). Para ser él, en definitiva.
Ya había abrazado a Saja cuando corrió hasta a metros del banco local para saludar (y también abrazarse) con Schiavi. Enseguida, supo que tendría marcas escalonadas, con Gavilán como estandarte. Tuvo una asistencia clara, al final de la parte inicial, pero le falló la derecha para dejar mano a mano a Palacio.
Si fue su despedida en esta nueva etapa en Boca está por verse más allá de las declaraciones públicas de Macri ("es imposible que siga") y del propio Román ("con Gremio es mi último partido, no es cuestión de hacer hipótesis"). Si es el adiós, alimentó la leyenda por varios motivos: apareció cuando deben aparecer los cracks, en los partidos más chivos. Potenció y le quitó presión a un equipo que venía de sufrir un palazo terrible en diciembre. Tapó las críticas más acérrimas y endulzó esos corazones que jamás lo olvidaron y le perdonaron todo. Lo hizo sin demagogia, con su juego y su genio. Y por si fuera poco... Sí, por si fuera poco fue el goleador del campeón.
La leyenda quedó a punto de reventar cuando recibió de Ibarra, encontró el hueco justo y sacó ese derechazo cruzado, alto, perfecto, un teledirigido que silenció y hasta echó a miles de brasileños del estadio Olímpico. Un golazo. El séptimo. El mejor. El más lindo. El más grande de un grande. Tanto que por las dudas metió la puntita del pie para el segundo, a lo Palermo, para conquistar América por tercer vez en su carrera.
Juan Román Riquelme es el nuevo Libertador.
A sus pies y a su genio, rendido todo un continente.
Gracias, Román.
Todos los gustos todos
WALTER VARGAS wvargas@ole.com.ar
Los esplendores futbolísticos de Riquelme son tan evidentes que sus adoradores andan de brindis en brindis, sus detractores hacen mutis por el foro y los escépticos se ven tentados de cambiar de cofradía. Qué menos puede promover un tipo que vuelve de capa caída a una tierra que por suya que sea no deja de reservarle la hostilidad de unos cuantos, y en un santiamén deviene organizador y prestidigitador de un Boca libertador y arrollador. Un Román de procesión y campana, alegre y alegrador, solícito y cumplidor. Y aguerrido, tan aguerrido que saca pecho y copa la parada cuando todo parece irse de madre y los que le atribuyeron una incurable gelidez aprestan el cuchillo y el tenedor. Por eso, sellada esta segunda juventud cabe preguntarse cuánto podrá prolongarse y en cuáles condiciones. Es cierto que está por cumplir nada más que 29 años en la cédula y 11 en el fútbol de 1, pero no hace tanto la sensación térmica de su desgaste daba cifras astronómicas. De allí, entre otras cosas, renunció a la Selección. Hoy, se dan todas las condiciones para que ande así de campante por la vida y así de radiante en el césped, pero, a qué engañarse: el tono emocional de Román es igual de previsible que el de Nino Dolce. Román requiere de calor familiar, mimos tribuneros, guiños de su entrenador, obediencia de sus compañeros y hasta de una cierta indulgencia de la prensa. Difícil proteger el combo contra todo riesgo, pero si la recompensa es que siga jugando así, dan ganas de llamar a estrechar filas y darle todos los gustos.
Aportó fútbol y sacrificio
Fernando Niembro. Fox Sports y La Red
Miguel Angel Russo tiene dos méritos: el primero es haber aceptado que llegara un jugador que no había pedido, y el segundo fue haberle dado la posibilidad de ser un verdadero conductor. Es ahí donde, por lo general, comienzan las diferencias, los roces, los celos. Y en esto Russo ha sido muy amplio para entender que Román lo enriquecía.
Y se encontró con un jugador que se sacrifica con gran solidaridad. Fue un verdadero técnico dentro de la cancha. Es un tipo tan comprometido con Boca que es capaz de dar un buen pase pero también un buen consejo. Esta dinámica ya la había mostrado en el Mundial, cuando por ejemplo contra México, jugó de volante central. En Boca, además, sintió la cobertura del mundo que lo respeta más y lo mima más. Fue la clave para recuperar su mejor versión.
Lejos, fue el mejor de todos
MARIANO CLOSS. Fox Sports y La Red
Román fue excluyente en esta Libertadores y creo que, en gran porcentaje, el logro tiene su nombre y apellido. Fundamentalmente porque supo cargarse con las responsabilidades del resto de sus compañeros y en varios pasajes hasta fue el técnico adentro de la cancha porque volvió con una experiencia que le daba chapa para hacerlo. Esas ganas de jugar y esa obsesión por ordenar constantemente a sus compañeros, lo convirtieron en el mejor jugador de la Copa.
Me parece que tuvimos la posibilidad de ver al mejor Riquelme y me encontré con un jugador mucho mejor que el que vi en el Mundial y más completo que el de la etapa anterior porque ahora sí es el dueño absoluto del equipo. Es un jugador esencial que le dio mucho más a Boca porque volvió con ganas de demostrar lo buen jugador que es.
A la estética le sumó guapeza
SEBASTIAN VIGNOLO. Canal 13, F. Sports y La Red
Se hizo dueño del equipo, en todos sentido. No sólo con la pelota en los pies, sino también ordenando a sus compañeros. Pero además lo vi decisivo: a la estética le sumó guapeza. Esta es el mejor Riquelme en Boca de todos los tiempos porque está mucho más maduro. Aunque sus últimos momentos no habían sido buenos, todo cambió porque ahora se siente muy cómodo, muy feliz. Cuando tomó la difícil decisión de volver sabía que tenía mucho más para perder que para ganar. Pero se la jugó y otra vez levantó la Copa.
El mérito de Russo fue explotar la mejor parte de Riquelme, no sólo la del jugador sino la que es capaz de tener una ascendencia en los compañeros. Está claro que Miguel no entró en un juego de divismos y Román respondió con goles importantes. Todo el fútbol pasó por sus pies.