Post by realeagle on Aug 23, 2008 23:36:16 GMT -5
Di Maria, Di campeon (Ole.com.ar)
Más o menos, más o menos. La manito de Angel Di María ilustraba ese gesto técnico descomunal, de potrero genuino, una denominación de origen que vale un oro, el segundo consecutivo para la historia del fútbol argentino, y consuma la venganza de la final perdida en Atlanta 96. El pibe se filtró entre dos camisetas verdes, recibió un pase de Messi maravilloso también y levantó la tierra con una picada de pelota que sin dudas habrá que hacerle un lugar en el museo de los lujos. Sí, sí, señores, Di Campeones.
Pero hubo que transpirar para que el pecho recibiera la medalla. Al que se le ocurrió jugar a las 12 del mediodía hay que darle un premio porque es un genio: ¿cómo hizo para convencer a todo el mundo de ponerse a patear la pelota con semejante calor? El termómetro marcaba 32°, pero nadie le creyó. Ahí abajo, en el césped y a pleno sol, hacía mucho más. Con este clima, la intención del toqueteo con movilidad duró un suspiro. Enseguida se notó que Argentina no podría mantener el ritmo, que era vital para poder quebrar la sólida y veloz defensa de Nigeria. Y se fue instalando por la fuerza un ritmo cansino, monocorde, en el que la jugada empezaba y terminaba a la misma velocidad, salvo cuando entraba en acción Di María, el único con velocidad de sexta que complicó cada vez que rompió por izquierda. Messi arrancaba, pero en tres, cuatro pasos, se le acababa el combustible y así su tremendo pique corto perdía eficacia. Argentina fue disminuyendo poder sobre el balón, porque la imprecisión se hizo carne y porque Nigeria fue imponiendo su familiaridad para jugar con el calor. A los africanos les faltó, sí, poder de fuego, y cierta decisión. Llegó por primera vez con un tiro de Isaac que contuvo Romerito. Y recién reaccionó cuando estaba abajo en el marcador. Argentina no tenía soluciones en lo colectivo, y las terminó encontrando en el tremendo poder de su talento individual. Messi levantó después del descanso. Se vistió de Riquelme para dar ese pase al corazón de los nigerianos, y Di María, la gran revelación de los Juegos, hizo la diferencia. Seis jugados, seis ganados, la segunda medalla y otro equipo en la historia.
PEKIN (ENVIADO ESPECIAL).
La otra medalla
El 3 a 0 a Brasil, un triunfo claro, contundente y que dejó al rival desencajado, quedará grabado en la memoria. El oro lo confirmó...
Por suerte, nunca se podrá saber qué hubiese pasado si Argentina no lograba el oro. Riquelme, tal vez para motivar(se), había asegurado que si eso sucedía nadie se acordaría del 3 a 0 a Brasil. Ahora, con los laureles en el cuello, es posible cambiar la pregunta: ¿se recordará más la final que confirmó la medalla que más brilla o ese triunfo tan claro, contundente, con el rival desencajado al cierre de la semi? ¿O a esta altura las dos alegrías resultan indisolubles? Lo bueno es que no hay necesidad de elegir: la Selección se quedó con todo.
Principal referencia rival de Argentina, el cruce con Brasil comenzó a palpitarse una vez superada la fase de grupos. Estaba la posibilidad, y se confirmó. Para ser campeón hay que ganarles a todos, ¿no? Y un título después de un 3-0 a ellos, mejor. De hecho, en Atenas 2004, el oro se celebró por varios motivos (buen fútbol, el arco invicto, la primera medalla dorada de la historia), aunque la ausencia de Brasil hizo que le faltara ese no sé qué... Ahora fue completo.
Si hasta tuvo el plus de la explosión de Agüero, el "pecho de Dios", con el condimento emocional: el orgullo del futuro abuelo, que festejó el segundo gol hasta las lágrimas, por su pasión por la Selección y también por sentimientos no vivenciados hasta hace poco. "Hacía rato que no veía a un Brasil tan mezquino y defensivo", aseguró Maradona luego del festejo, más relajado y no menos picante.
¿La medalla de bronce habrá funcionado como un consuelo? ¿Le evitará la renuncia a Dunga, al borde de firmarla a partir del 0-3? Fue un golpe como hacía mucho no le embocaba Argentina, un triunfo que será recordado durante mucho tiempo. Más allá de la segunda medalla de oro. Sí, Riquelme, mejor todavía con el título concretado
El más Romántico
Riquelme jugó el torneo que le faltaba, el que atrae a los superatletas por espíritu amateur, y vuelve con el oro. El capitán y estratega del equipo fue pura felicidad.
Feliz. Risueño (sí, risueño). Emocionado. Agradecido. Juan Román Riquelme se debía una gran alegría como ésta con la Selección. Una de esas alegrías que solía darse de chico, con los Sub y que esta vez disfrutó como capitán y gran referente de este grupo. No se le dio en el Mundial 2006. Pero tuvo su revancha en este torneo. Seguramente intuyó que lo mejor estaba por venir después del histórico 3-0 a Brasil. Y empezó a colgarse la medalla después del gol de Di María (él colaboró haciendo rebotar la pelota en un nigeriano y así nació la contra), que lo puso a hacer lo que más sabe: tener la pelota, manejarla, distribuirla, marcarle el destino a cada segundo hasta el pitazo final y el festejo infinito.
Fue un festejo especial para Román, que, ya estrella en el Boca de Bianchi, daba algunas muestras de ese espíritu romántico que aún conservan los Juegos. Eran tiempos en los que su equipo jugaba a dos puntas, torneo y Libertadores, y el técnico solía reservar a sus mejores hombres para las batallas de entresemana. No era extraño, entonces, ver sentados al lado del túnel a varios de los titulares coperos viendo cómo el resto del grupo aguantaba los trapos. Pero el 10 nunca estaba. ¿La razón? Todavía seguía jugando junto a sus amigos en las canchas de tierra de su barrio. Tenía la complicidad del entrenador, que a cambio le exigía todo y más. Ya crecidito e hiperprofesional, Román guarda aun hoy aquella personalidad, y eso lo que lo llevó a anunciar que quería jugar el torneo. Y el Checho lo hizo titular y capitán.
No fue, quizá, el campeonato más brillante del 10, que tuvo su mejor actuación en el debut con una asistencia larga distancia a Messi y participación en el 2-1 decisivo. Pero a pesar de eso fue el estratega de siempre y el autor intelectual del juego del equipo compartiendo cartel con el ejecutor estrella, Lionel. Siempre con su sello inconfundible.
Más o menos, más o menos. La manito de Angel Di María ilustraba ese gesto técnico descomunal, de potrero genuino, una denominación de origen que vale un oro, el segundo consecutivo para la historia del fútbol argentino, y consuma la venganza de la final perdida en Atlanta 96. El pibe se filtró entre dos camisetas verdes, recibió un pase de Messi maravilloso también y levantó la tierra con una picada de pelota que sin dudas habrá que hacerle un lugar en el museo de los lujos. Sí, sí, señores, Di Campeones.
Pero hubo que transpirar para que el pecho recibiera la medalla. Al que se le ocurrió jugar a las 12 del mediodía hay que darle un premio porque es un genio: ¿cómo hizo para convencer a todo el mundo de ponerse a patear la pelota con semejante calor? El termómetro marcaba 32°, pero nadie le creyó. Ahí abajo, en el césped y a pleno sol, hacía mucho más. Con este clima, la intención del toqueteo con movilidad duró un suspiro. Enseguida se notó que Argentina no podría mantener el ritmo, que era vital para poder quebrar la sólida y veloz defensa de Nigeria. Y se fue instalando por la fuerza un ritmo cansino, monocorde, en el que la jugada empezaba y terminaba a la misma velocidad, salvo cuando entraba en acción Di María, el único con velocidad de sexta que complicó cada vez que rompió por izquierda. Messi arrancaba, pero en tres, cuatro pasos, se le acababa el combustible y así su tremendo pique corto perdía eficacia. Argentina fue disminuyendo poder sobre el balón, porque la imprecisión se hizo carne y porque Nigeria fue imponiendo su familiaridad para jugar con el calor. A los africanos les faltó, sí, poder de fuego, y cierta decisión. Llegó por primera vez con un tiro de Isaac que contuvo Romerito. Y recién reaccionó cuando estaba abajo en el marcador. Argentina no tenía soluciones en lo colectivo, y las terminó encontrando en el tremendo poder de su talento individual. Messi levantó después del descanso. Se vistió de Riquelme para dar ese pase al corazón de los nigerianos, y Di María, la gran revelación de los Juegos, hizo la diferencia. Seis jugados, seis ganados, la segunda medalla y otro equipo en la historia.
PEKIN (ENVIADO ESPECIAL).
La otra medalla
El 3 a 0 a Brasil, un triunfo claro, contundente y que dejó al rival desencajado, quedará grabado en la memoria. El oro lo confirmó...
Por suerte, nunca se podrá saber qué hubiese pasado si Argentina no lograba el oro. Riquelme, tal vez para motivar(se), había asegurado que si eso sucedía nadie se acordaría del 3 a 0 a Brasil. Ahora, con los laureles en el cuello, es posible cambiar la pregunta: ¿se recordará más la final que confirmó la medalla que más brilla o ese triunfo tan claro, contundente, con el rival desencajado al cierre de la semi? ¿O a esta altura las dos alegrías resultan indisolubles? Lo bueno es que no hay necesidad de elegir: la Selección se quedó con todo.
Principal referencia rival de Argentina, el cruce con Brasil comenzó a palpitarse una vez superada la fase de grupos. Estaba la posibilidad, y se confirmó. Para ser campeón hay que ganarles a todos, ¿no? Y un título después de un 3-0 a ellos, mejor. De hecho, en Atenas 2004, el oro se celebró por varios motivos (buen fútbol, el arco invicto, la primera medalla dorada de la historia), aunque la ausencia de Brasil hizo que le faltara ese no sé qué... Ahora fue completo.
Si hasta tuvo el plus de la explosión de Agüero, el "pecho de Dios", con el condimento emocional: el orgullo del futuro abuelo, que festejó el segundo gol hasta las lágrimas, por su pasión por la Selección y también por sentimientos no vivenciados hasta hace poco. "Hacía rato que no veía a un Brasil tan mezquino y defensivo", aseguró Maradona luego del festejo, más relajado y no menos picante.
¿La medalla de bronce habrá funcionado como un consuelo? ¿Le evitará la renuncia a Dunga, al borde de firmarla a partir del 0-3? Fue un golpe como hacía mucho no le embocaba Argentina, un triunfo que será recordado durante mucho tiempo. Más allá de la segunda medalla de oro. Sí, Riquelme, mejor todavía con el título concretado
El más Romántico
Riquelme jugó el torneo que le faltaba, el que atrae a los superatletas por espíritu amateur, y vuelve con el oro. El capitán y estratega del equipo fue pura felicidad.
Feliz. Risueño (sí, risueño). Emocionado. Agradecido. Juan Román Riquelme se debía una gran alegría como ésta con la Selección. Una de esas alegrías que solía darse de chico, con los Sub y que esta vez disfrutó como capitán y gran referente de este grupo. No se le dio en el Mundial 2006. Pero tuvo su revancha en este torneo. Seguramente intuyó que lo mejor estaba por venir después del histórico 3-0 a Brasil. Y empezó a colgarse la medalla después del gol de Di María (él colaboró haciendo rebotar la pelota en un nigeriano y así nació la contra), que lo puso a hacer lo que más sabe: tener la pelota, manejarla, distribuirla, marcarle el destino a cada segundo hasta el pitazo final y el festejo infinito.
Fue un festejo especial para Román, que, ya estrella en el Boca de Bianchi, daba algunas muestras de ese espíritu romántico que aún conservan los Juegos. Eran tiempos en los que su equipo jugaba a dos puntas, torneo y Libertadores, y el técnico solía reservar a sus mejores hombres para las batallas de entresemana. No era extraño, entonces, ver sentados al lado del túnel a varios de los titulares coperos viendo cómo el resto del grupo aguantaba los trapos. Pero el 10 nunca estaba. ¿La razón? Todavía seguía jugando junto a sus amigos en las canchas de tierra de su barrio. Tenía la complicidad del entrenador, que a cambio le exigía todo y más. Ya crecidito e hiperprofesional, Román guarda aun hoy aquella personalidad, y eso lo que lo llevó a anunciar que quería jugar el torneo. Y el Checho lo hizo titular y capitán.
No fue, quizá, el campeonato más brillante del 10, que tuvo su mejor actuación en el debut con una asistencia larga distancia a Messi y participación en el 2-1 decisivo. Pero a pesar de eso fue el estratega de siempre y el autor intelectual del juego del equipo compartiendo cartel con el ejecutor estrella, Lionel. Siempre con su sello inconfundible.