Post by realeagle on Sept 10, 2009 19:05:12 GMT -5
Alarma: la Argentina está jugando peligrosamente con su destino
Como nunca antes había ocurrido, la posibilidad de que la Argentina no vaya al Mundial dejó de ser un delirio; la desorientación de Maradona y los jugadores es cada vez mayor; al técnico, que acumula desaciertos, le espera un tiempo muy duro, en el que se pondrá en duda su continuidad La Argentina sigue paralizada, es un cuerpo inerte que a su lado ve pasar a los rivales, los puntos, las ilusiones... ¿y también la clasificación al Mundial? A estas alturas, después de la serie con derrotas ante Brasil y Paraguay, ya no causaría sorpresa que el seleccionado se quedase fuera de Sudáfrica. La noticia podría sorprender a un desprevenido, pero no a cualquiera que le haya prestado una mínima atención a la progresiva decadencia que se fue apoderando de la Argentina. Un declive que se acentúa ahora, pero que tiene su origen más atrás, en un equipo que ya le había dejado de responder a Alfio Basile. Llegó Maradona con un discurso tan inflamado ante los micrófonos como vacío de argumentos en la cancha. La Argentina no juega, no reacciona, se deja estar. Es inoperante. No hay proyecto. En la amarga noche de Asunción terminó con un debutante de 36 años (Schiavi) y otro de 35, Palermo, que volvió a ponerse la camiseta celeste y blanca después de 10 años. Obviamente, esos dos gladiadores del fútbol argentino no son los responsables de este presente del seleccionado, pero sí reflejan la desorientación mayúscula de quienes dirigen este ciclo. De hecho, en el descuento, entre Palermo y Schiavi generaron la única jugada de gol. Casi consiguen un empate que sólo hubiera servido enmascarar una triste realidad. El panorama se agrava. El seleccionado no depende de sí mismo para ocupar una de las plazas que da pasaje directo al Mundial. Necesita que Ecuador resigne puntos y, quizá lo más complicado, ganar los propios. Las evidencias son desalentadoras. Hoy, la Argentina apenas si está en condiciones de defender el quinto puesto del repechaje. Con esta dinámica, a medida que pasan las fechas, sólo cabe imaginarla cada vez un poco más retrasada. Ni siquiera ser local ante el eliminado Perú alcanza para alentar expectativas. Y corta el aliento saber que se estará jugando el pellejo y el futuro en Montevideo, frente a Uruguay, por la última fecha. El ciclo de Maradona se está erosionando muy rápido. A una velocidad inimaginable si se tiene en cuenta el estimulante comienzo de hace menos de un año, con los triunfos en los amistosos ante Escocia y Francia. Parecía que el equipo había recuperado la fibra competitiva que se había extinguido en el último tramo del ciclo de Basile. Se exaltó lo que representa la figura de Maradona en el renovado compromiso de los jugadores con la camiseta. Llegó la competencia oficial por las eliminatorias y se abrieron las puertas del infierno. El equipo empezó a perder la poca compostura que había mostrado. Jugó cada vez peor y los malos resultados se encadenaron.
A Maradona, de golpe, le afloraron todos los defectos que podían intuirse desde antes de su designación: la falta de experiencia en el puesto, la inadecuada conformación del cuerpo técnico, su poco apego al trabajo táctico, la incoherencia en las convocatorias y la incapacidad para extraer lo mejor de varios jugadores que en sus clubes son figuras internacionales. Maradona quedó en el ojo de la tormenta y cuesta adivinar cómo hará para salir sano. Queda un mes para la última doble jornada de las eliminatorias. Un tiempo que quizá se transforme en el más difícil de su vida futbolística. Sobrarán incertidumbre, intrigas y desconfianza. Suya fue la decisión de bajarse del Olimpo que ocupó como futbolista para "humanizarse" en un cargo que lleva implícita un alta carga de crueldad. Maradona pasará a ser culpabilizado como nunca le ocurrió cuando se vistió de pantalones cortos y con botines. Maradona quedó muy mal parado, con pronóstico reservado sobre su futuro. La clasificación para el Mundial está comprometida, pero aun obteniéndola habría que ver si es merecedor de seguir al frente del seleccionado. También sería injusto centralizar todas las responsabilidades en Maradona. Es probable que los jugadores se sientan desprotegidos por la falta de una idea de juego y una estructura táctica que los contenga, pero eso no los libera de esta situación tan apremiante. Hay futbolistas de experiencia, habituados a la alta competencia internacional, a ganar títulos en Europa. Argentina tiene a Messi, la individualidad que seguramente este año ganará el Balón de Oro y se llevará el FIFA World Player al mejor del mundo en 2009. Por lo que hizo en Barcelona, claro. En el seleccionado se lo está viendo muy desdibujado. Impreciso, nervioso e impotente como la mayoría de sus compañeros. Al margen de Maradona, los jugadores tampoco están respondiendo por sí mismo. Parece un equipo integrado por desconocidos, por gente que no comparte los mismos sueños y motivaciones. Está siendo incapaz de resurgir en la adversidad, de darse cuenta que así no puede seguir. Está haciendo todo para perder y no lo evita. No juega a nada. O sí, está jugando peligrosamente con su destino.Como si se tratase de un masoquista al borde de la autodestrucción.
Además de todo, no hay conductores
La Argentina no sólo carece de entidad colectiva, sino que tampoco tiene líderes que guíen al equipo en la tormenta; fallaron Messi y Verón ASUNCION.– Sin dudas, el presente del seleccionado argentino es uno de los más pobres de su rica historia. Porque además de tener una alarmante carencia de estilo, de identidad futbolística, el equipo albiceleste no cuenta con líderes dentro del grupo. No cuenta con ese estilo de hombres que se ponen el equipo al hombro en los momentos de tormenta, como se dice popularmente. No tiene una pieza que marque el camino cuando los problemas apremian y las aptitudes técnicas deben ser sustituidas por el empeño. Diego Armando Maradona, pese a todos sus lauros como futbolista, no logró transmitir en alguno de sus dirigidos ese orgullo que él lucía cuando se vestía con los colores albicelestes. Juan Sebastián Verón, pese a toda su trayectoria, no supo ser líder. Tampoco Lionel Messi, quien recibió la camiseta número 10 como una suerte de incentivo. Ni siquiera Fernando Gago, después de estar ausente en la caída del sábado pasado con Brasil, se potenció en el medio campo. Sólo en el último tramo del partido la Argentina exhibió a dos jugadores con amor propio: los veteranos Martín Palermo y Rolando Schiavi, que con todas sus limitaciones técnicas a cuestas intentaron desesperadamente señalar el rumbo. Pero ésas fueron apuestas solitarias en medio de la angustia y, tristemente, no resultaron parte de una estructura aceitada colectivamente, como sí mostró Paraguay en esta ciudad. Sin dudas, fue incomprensible la actitud de la Brujita Verón. Porque con 34 años, y sobre todo después de la "renuncia" de Juan Román Riquelme, se cimentó como uno de los referentes del seleccionado. Además, su figura se acrecentó tras la reciente conquista de la Copa Libertadores con Estudiantes. Con todos esos condimentos, Maradona entendió que Verón podía ser uno de los símbolos de su gestión. Pero anoche el jugador platense se equivocó y defraudó a todos. Primero, a los 17 minutos del primer tiempo fue amonestado por una fuerte infracción sobre el volante Cristian Riveros. Y luego, a los 7 minutos de la segunda etapa, correctamente recibió la segunda tarjeta amarilla por cometerle un foul al delantero Nelson Haedo Valdez. El acertado arbitraje del brasileño Salvio f*gundes no dudó y Verón se despidió del encuentro mucho antes del final, lo que provocó una ausencia trascendental en el medio. Su actitud fue totalmente imprudente y no fue digna de un jugador que tiene la responsabilidad de guiar a los más jóvenes. Messi, otra vez con la camiseta del seleccionado, no pudo ostentar la explosión que sí exhibe cada vez que actúa en el poderoso Barcelona. Parece que ni siquiera lo motiva llevar la camiseta número 10 con la que supo brillar Maradona en su época de futbolista. Es cierto que muchos argentinos esperan que, con su habilidoso pie izquierdo, eluda a todos los rivales y anote un gol, algo casi imposible. Pero alarma la apatía que exhibió otra vez. A la Pulga se lo observó como rendido, intrascendente, sin capacidad para eludir rivales, impreciso hasta para ejecutar los tiros libres. Tampoco Gago ni Javier Mascherano, el capitán tantas veces elogiado por Maradona, mostraron fortaleza en medio de la oscuridad deportiva. La Argentina alarma. No tiene un estilo ni tampoco un hombre que guíe a un grupo que luce aturdido.
La noche en que la Argentina perdió hasta su historia
Con una alarmante producción, el seleccionado cayó ante Paraguay por 1 a 0; quedó en zona de repechaje, cuando restan dos fechas para el fin de las eliminatorias; con Schiavi y Palermo jugando de nueve, el equipo de Maradona intentó rescatar un punto; preocupante actuación ¿Habrá tocado fondo? O lo que viene promete ser aún peor. La Argentina deambula por las eliminatorias con los motores averiados y un capitán que no encuentra el rumbo. La derrota por 1 a 0 que Paraguay le propinó al seleccionado, en el estadio Defensores del Chaco de esta ciudad, deja al equipo aún más desorientado que tras el traspié ante Brasil. Hoy, se ubica en repechaje, a dos fechas del final de la clasificación a Sudáfrica 2010. Sin embargo, aún quedan dos batallas ante Perú (local) y Uruguay (visitante), encuentros que marcarán el futuro de esta tormentosa selección. Maradona luce deprimido, vencido y hasta algunos ponen en duda su continuidad. Así, se muestra el equipo en la cancha, sin ideas, con groseros errores defensivos y apostando a tirarle pelotazos a dos bajitos como Messi o Agüero. Los cambios (Palermo y Schiavi, por ejemplo) parecen manotazos de ahogado y, para colmo, Verón, uno de los referentes para Diego, termina expulsado, cuando el segundo tiempo recién empezaba. Nelson Haedo, en el primer tiempo hizo el único gol del partido, que marcó la clasificación de Paraguay al Mundial. No pasa por su mejor momento el equipo del argentino Gerardo Martino, pero con la cantidad de licencias que otorga la selección todo parece posible. La Argentina suma 22 puntos en las eliminatorias y está 5ª en zona de repechaje. Tiene detrás a Uruguay (21) y Colombia (20) y delante a Ecuador (23). Un panorama sombrío, una situación inédita con este sistema de eliminatorias. Para el próximo encuentro falta poco, porque el seleccionado recibirá a Perú el 10 u 11 de octubre, en un escenario a definirse y, cuatro días después, chocará con Uruguay. A pesar de algún atisbo de cambio, el primer tiempo pareció una prolongación de las carencias mostradas ante Brasil.
La defensa fue una invitación al desequilibrio de los delanteros paraguayos, encabezados por el incansable Cabañas y por el eficaz Haedo. Sebastián Domínguez mostró fisuras a veces inexplicables, cierres tardíos y malas salidas. Heinze sumó desconcierto y Papa nunca clausuró el lateral izquierdo. El despliegue de Gago, quizá el mejor jugador argentino de la mitad inicial, se fue diluyendo con el correr de los minutos. Los arranques de Dátolo por la izquierda eran apenas intentos al igual que lo que podía hacer por derecha Verón, con más coraje que juego a sus 35 años. Los ataques invitan al replanteo. ¿Sirve buscar a Messi y Agüero con pelotazos de 40 metros?, ¿cómo hace Agüero para cabecear los centros de Dátolo, quien desborda y llega casi sin aire para terminar la jugada? La Argentina da la sensación que cuando ataca no tiene hombres y cuando defiende también está mal parada. Paraguay empezó a aprovechar las facilidades argentinas. El gol llegó recién, a los 28 minutos, porque, antes, el palo y el travesaño se lo habían impedido al propio Haedo y a Santana. Cabañas, delantero robusto y habilidoso, era una pesadilla para los defensores argentinos, quienes lo sufrieron. En el gol, Cabañas hizo una gran maniobra, abrió para Barreto, quien buscó a Haedo, que sólo tuvo que cruzar el remate para que el estadio explotara y los guaraníes empezaran a sentirse dentro de Sudáfrica 2010. Para el complemento, Maradona dispuso el ingreso de Lavezzi por Dátolo, pero, si el panorama ya era sombrío, la situación empeoró cuando, a los 8 minutos, Verón vio la roja por doble amonestación, tras quejarse por enésima vez. La Argentina salió arriesgar, pero sin ideas. Con uno menos, Diego puso a Palermo por Agüero para soñar con algún centro salvador para que el delantero de Boca escribiera otro capítulo de su carrera de película. La reacción no llegaba. Alguna pelota parada mal aprovechada, un disparo desviado de Messi, centros desesperados. Demasiado poco para tantas aspiraciones
Indefendible
Triste, sin compromiso ni estrategia, deprimida, la Selección cayó y se complicó más. ¿Culpables? Todos Menos mal que no fue gol. Esas definiciones heroicas, una tapa de Schiavi y Palermo ungidos como salvadores, la foto del grito descontrolado y final, quizás hubiera desatado una euforia maligna. Una euforia que hubiera tapado este papelón histórico. Eso fue Argentina, este equipo de Maradona: la nada misma. Paraguay, este Paraguay de Martino, solidario y sin estrellatos, lo goleó. Lo humilló. Peor que Brasil, sencillamente porque Brasil es Brasil. El 10 hace un amago, dos. Gambetea a un rival, a otro. Deja en evidencia la anatómica lentitud de un tercero, el 2 del equipo, que parece recién bajado de una montaña rusa: perdido, mareado, desubicado. A 40 metros, Messi mira. El 10, Salvador Cabañas, no juega en el Barcelona sino en México y no figura en ninguna terna con aspiraciones de consagrarse como el mejor del planeta fútbol. Pero es él quien pone la distinción. No hay mejor imagen que la cara de Messi, su mirada ausente, su descompromiso absoluto, para reflejar esta noche larga. Verón trató de levantarlo, fue su psicólogo en el entretiempo, la mano en la nuca, persiguiéndolo con palabras de aliento. Pero Messi no reaccionó, perdió con la pelota, no jugó sin ella y sus compañeros jamás lo encontraron. Y, con su despertador expulsado, ni siquiera tuvo lucidez para meter ese tiro libre al área, una vez que el mensaje era buscar por arriba lo que no se logró por abajo. ¿Cuánta responsabilidad tiene Maradona? Muchísima. Ya cometió todos los errores que puede cometer un DT. Desde pifiar la estrategia hasta desmotivar jugadores con sus banquinazos (Otamendi, Burdisso, titulares o ni al banco), errar cambios (¿para qué sacó a Dátolo si había que tirar centros al área? ¿Para agregar barullo con Lavezzi?) y ensoberbecerse hasta desviar culpas hacia el periodismo. Argentina fue un equipo triste, deprimido y creó una sola situación de riesgo, cuando un Paraguay asustado hizo todo para que le empataran con un hombre de más. Pero los jugadores también tienen su responsabilidad: no se pueden errar pases de dos metros, dejarse comer por la presión por falta de precisión, tirarle centros a un 9 de 1,70 metro que está rodeado por cabeceadores expertos. Apenas se vio una luz de reacción en Gago y Mascherano, en medio de una actitud general penosa. Ante una situación parecida, cuando vio señales de que algo se había roto, Basile se fue: no soportó la falta de compromiso. ¿Qué debería hacer Diego? Sólo él sabe.
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Messi volvió a decepcionar. Inexpresivo, cada gambeta fue un lamento. Y su postura en la cancha, como si no quisiera estar ahí. Es hora de preguntarse si tiene que jugar. Hagámonos cargo, primero, por hacer de Lionel Messi algo que no es. Que nunca fue. Que quizá lo sea alguna vez, pero no hoy, ahora, ya, cuando esperábamos un no se qué, algo que vimos de él por ráf*gas (en el Juvenil, en la Copa América, como el gol a México, hace tanto ya), algo que nos muestra en otro país, con otra camiseta y otros compañeros. Nos quedamos con el numerito de su cotización, de su cláusula de rescisión, de lo que cobra cada vez que respira. Pero eso no gana partidos. En cambio, nos olvidamos de lo que dice -o no dice- con los colores de acá, del liderazgo que esperamos cada tarde, de ese destello de genialidad que creemos que vendrá, pero que nos pasa de largo como un bondi impiadoso. Pero basta, habrá que asumir que al final Caruso tiene razón, y el pibe necesita aterrizar, creerse uno más, morder un poco de banco, a ver si se revela, o si se rebela...Porque en el fondo lo triste fue eso, ver a Messi entregado como un delantero que está de vuelta, que se cansó de pelear, que ya no le dan más sus huesos. Pero Messi ni peleó, no mostró más emoción más que fastidio, desidia, desinterés, desgano. Seguramente por dentro sentirá otra cosa, vaya uno a saber, pero lo que aflora es lo otro. Y eso es imperdonable para quien lleva una camiseta gloriosa que antes llevaron otros, gente de otro espíritu, de otro corazón. Cada gambeta suya fue un lamento, arrancó siempre sabiéndose que iba al muere, que no iba a poder. Y no pudo nunca. Por lo menos, hubiera pegado una patada, no porque esté bien, por favor, sino porque al menos hubiera sido un síntoma, un indicio de que un partido así, una actuación así, le duele, y le sale la bronca por algún lugar. Pero no. Jugó del primer al último minuto igual, como se juegan los amistosos indeseables, como jugó alguna vez con esta camiseta (Perú, Chile), algo que Basile sufrió y sus códigos le impidieron dar testimonio. Pateó una sola vez al arco en jugada, Lionel, un tiro mordido, miserable para lo que su talento potencial puede dar, indigno de su jerarquía. Y a siete del final, con el equipo hecho jirones, con Palermo y Schiavi como salvadores, Messi tuvo un tiro libre para su zurda, para poder inventar algo, un centro al corazón del área, al fin y al cabo no es tan difícil... Pero hamacó su cuerpo y sacó un disparo alto, sin compromiso, un tiro inentendible, fatal, tan propio de este chico de carne y hueso, sin PlayStation, ni marketing, que anoche fue tan terrenal, tan vulnerable.
Como nunca antes había ocurrido, la posibilidad de que la Argentina no vaya al Mundial dejó de ser un delirio; la desorientación de Maradona y los jugadores es cada vez mayor; al técnico, que acumula desaciertos, le espera un tiempo muy duro, en el que se pondrá en duda su continuidad La Argentina sigue paralizada, es un cuerpo inerte que a su lado ve pasar a los rivales, los puntos, las ilusiones... ¿y también la clasificación al Mundial? A estas alturas, después de la serie con derrotas ante Brasil y Paraguay, ya no causaría sorpresa que el seleccionado se quedase fuera de Sudáfrica. La noticia podría sorprender a un desprevenido, pero no a cualquiera que le haya prestado una mínima atención a la progresiva decadencia que se fue apoderando de la Argentina. Un declive que se acentúa ahora, pero que tiene su origen más atrás, en un equipo que ya le había dejado de responder a Alfio Basile. Llegó Maradona con un discurso tan inflamado ante los micrófonos como vacío de argumentos en la cancha. La Argentina no juega, no reacciona, se deja estar. Es inoperante. No hay proyecto. En la amarga noche de Asunción terminó con un debutante de 36 años (Schiavi) y otro de 35, Palermo, que volvió a ponerse la camiseta celeste y blanca después de 10 años. Obviamente, esos dos gladiadores del fútbol argentino no son los responsables de este presente del seleccionado, pero sí reflejan la desorientación mayúscula de quienes dirigen este ciclo. De hecho, en el descuento, entre Palermo y Schiavi generaron la única jugada de gol. Casi consiguen un empate que sólo hubiera servido enmascarar una triste realidad. El panorama se agrava. El seleccionado no depende de sí mismo para ocupar una de las plazas que da pasaje directo al Mundial. Necesita que Ecuador resigne puntos y, quizá lo más complicado, ganar los propios. Las evidencias son desalentadoras. Hoy, la Argentina apenas si está en condiciones de defender el quinto puesto del repechaje. Con esta dinámica, a medida que pasan las fechas, sólo cabe imaginarla cada vez un poco más retrasada. Ni siquiera ser local ante el eliminado Perú alcanza para alentar expectativas. Y corta el aliento saber que se estará jugando el pellejo y el futuro en Montevideo, frente a Uruguay, por la última fecha. El ciclo de Maradona se está erosionando muy rápido. A una velocidad inimaginable si se tiene en cuenta el estimulante comienzo de hace menos de un año, con los triunfos en los amistosos ante Escocia y Francia. Parecía que el equipo había recuperado la fibra competitiva que se había extinguido en el último tramo del ciclo de Basile. Se exaltó lo que representa la figura de Maradona en el renovado compromiso de los jugadores con la camiseta. Llegó la competencia oficial por las eliminatorias y se abrieron las puertas del infierno. El equipo empezó a perder la poca compostura que había mostrado. Jugó cada vez peor y los malos resultados se encadenaron.
A Maradona, de golpe, le afloraron todos los defectos que podían intuirse desde antes de su designación: la falta de experiencia en el puesto, la inadecuada conformación del cuerpo técnico, su poco apego al trabajo táctico, la incoherencia en las convocatorias y la incapacidad para extraer lo mejor de varios jugadores que en sus clubes son figuras internacionales. Maradona quedó en el ojo de la tormenta y cuesta adivinar cómo hará para salir sano. Queda un mes para la última doble jornada de las eliminatorias. Un tiempo que quizá se transforme en el más difícil de su vida futbolística. Sobrarán incertidumbre, intrigas y desconfianza. Suya fue la decisión de bajarse del Olimpo que ocupó como futbolista para "humanizarse" en un cargo que lleva implícita un alta carga de crueldad. Maradona pasará a ser culpabilizado como nunca le ocurrió cuando se vistió de pantalones cortos y con botines. Maradona quedó muy mal parado, con pronóstico reservado sobre su futuro. La clasificación para el Mundial está comprometida, pero aun obteniéndola habría que ver si es merecedor de seguir al frente del seleccionado. También sería injusto centralizar todas las responsabilidades en Maradona. Es probable que los jugadores se sientan desprotegidos por la falta de una idea de juego y una estructura táctica que los contenga, pero eso no los libera de esta situación tan apremiante. Hay futbolistas de experiencia, habituados a la alta competencia internacional, a ganar títulos en Europa. Argentina tiene a Messi, la individualidad que seguramente este año ganará el Balón de Oro y se llevará el FIFA World Player al mejor del mundo en 2009. Por lo que hizo en Barcelona, claro. En el seleccionado se lo está viendo muy desdibujado. Impreciso, nervioso e impotente como la mayoría de sus compañeros. Al margen de Maradona, los jugadores tampoco están respondiendo por sí mismo. Parece un equipo integrado por desconocidos, por gente que no comparte los mismos sueños y motivaciones. Está siendo incapaz de resurgir en la adversidad, de darse cuenta que así no puede seguir. Está haciendo todo para perder y no lo evita. No juega a nada. O sí, está jugando peligrosamente con su destino.Como si se tratase de un masoquista al borde de la autodestrucción.
Además de todo, no hay conductores
La Argentina no sólo carece de entidad colectiva, sino que tampoco tiene líderes que guíen al equipo en la tormenta; fallaron Messi y Verón ASUNCION.– Sin dudas, el presente del seleccionado argentino es uno de los más pobres de su rica historia. Porque además de tener una alarmante carencia de estilo, de identidad futbolística, el equipo albiceleste no cuenta con líderes dentro del grupo. No cuenta con ese estilo de hombres que se ponen el equipo al hombro en los momentos de tormenta, como se dice popularmente. No tiene una pieza que marque el camino cuando los problemas apremian y las aptitudes técnicas deben ser sustituidas por el empeño. Diego Armando Maradona, pese a todos sus lauros como futbolista, no logró transmitir en alguno de sus dirigidos ese orgullo que él lucía cuando se vestía con los colores albicelestes. Juan Sebastián Verón, pese a toda su trayectoria, no supo ser líder. Tampoco Lionel Messi, quien recibió la camiseta número 10 como una suerte de incentivo. Ni siquiera Fernando Gago, después de estar ausente en la caída del sábado pasado con Brasil, se potenció en el medio campo. Sólo en el último tramo del partido la Argentina exhibió a dos jugadores con amor propio: los veteranos Martín Palermo y Rolando Schiavi, que con todas sus limitaciones técnicas a cuestas intentaron desesperadamente señalar el rumbo. Pero ésas fueron apuestas solitarias en medio de la angustia y, tristemente, no resultaron parte de una estructura aceitada colectivamente, como sí mostró Paraguay en esta ciudad. Sin dudas, fue incomprensible la actitud de la Brujita Verón. Porque con 34 años, y sobre todo después de la "renuncia" de Juan Román Riquelme, se cimentó como uno de los referentes del seleccionado. Además, su figura se acrecentó tras la reciente conquista de la Copa Libertadores con Estudiantes. Con todos esos condimentos, Maradona entendió que Verón podía ser uno de los símbolos de su gestión. Pero anoche el jugador platense se equivocó y defraudó a todos. Primero, a los 17 minutos del primer tiempo fue amonestado por una fuerte infracción sobre el volante Cristian Riveros. Y luego, a los 7 minutos de la segunda etapa, correctamente recibió la segunda tarjeta amarilla por cometerle un foul al delantero Nelson Haedo Valdez. El acertado arbitraje del brasileño Salvio f*gundes no dudó y Verón se despidió del encuentro mucho antes del final, lo que provocó una ausencia trascendental en el medio. Su actitud fue totalmente imprudente y no fue digna de un jugador que tiene la responsabilidad de guiar a los más jóvenes. Messi, otra vez con la camiseta del seleccionado, no pudo ostentar la explosión que sí exhibe cada vez que actúa en el poderoso Barcelona. Parece que ni siquiera lo motiva llevar la camiseta número 10 con la que supo brillar Maradona en su época de futbolista. Es cierto que muchos argentinos esperan que, con su habilidoso pie izquierdo, eluda a todos los rivales y anote un gol, algo casi imposible. Pero alarma la apatía que exhibió otra vez. A la Pulga se lo observó como rendido, intrascendente, sin capacidad para eludir rivales, impreciso hasta para ejecutar los tiros libres. Tampoco Gago ni Javier Mascherano, el capitán tantas veces elogiado por Maradona, mostraron fortaleza en medio de la oscuridad deportiva. La Argentina alarma. No tiene un estilo ni tampoco un hombre que guíe a un grupo que luce aturdido.
La noche en que la Argentina perdió hasta su historia
Con una alarmante producción, el seleccionado cayó ante Paraguay por 1 a 0; quedó en zona de repechaje, cuando restan dos fechas para el fin de las eliminatorias; con Schiavi y Palermo jugando de nueve, el equipo de Maradona intentó rescatar un punto; preocupante actuación ¿Habrá tocado fondo? O lo que viene promete ser aún peor. La Argentina deambula por las eliminatorias con los motores averiados y un capitán que no encuentra el rumbo. La derrota por 1 a 0 que Paraguay le propinó al seleccionado, en el estadio Defensores del Chaco de esta ciudad, deja al equipo aún más desorientado que tras el traspié ante Brasil. Hoy, se ubica en repechaje, a dos fechas del final de la clasificación a Sudáfrica 2010. Sin embargo, aún quedan dos batallas ante Perú (local) y Uruguay (visitante), encuentros que marcarán el futuro de esta tormentosa selección. Maradona luce deprimido, vencido y hasta algunos ponen en duda su continuidad. Así, se muestra el equipo en la cancha, sin ideas, con groseros errores defensivos y apostando a tirarle pelotazos a dos bajitos como Messi o Agüero. Los cambios (Palermo y Schiavi, por ejemplo) parecen manotazos de ahogado y, para colmo, Verón, uno de los referentes para Diego, termina expulsado, cuando el segundo tiempo recién empezaba. Nelson Haedo, en el primer tiempo hizo el único gol del partido, que marcó la clasificación de Paraguay al Mundial. No pasa por su mejor momento el equipo del argentino Gerardo Martino, pero con la cantidad de licencias que otorga la selección todo parece posible. La Argentina suma 22 puntos en las eliminatorias y está 5ª en zona de repechaje. Tiene detrás a Uruguay (21) y Colombia (20) y delante a Ecuador (23). Un panorama sombrío, una situación inédita con este sistema de eliminatorias. Para el próximo encuentro falta poco, porque el seleccionado recibirá a Perú el 10 u 11 de octubre, en un escenario a definirse y, cuatro días después, chocará con Uruguay. A pesar de algún atisbo de cambio, el primer tiempo pareció una prolongación de las carencias mostradas ante Brasil.
La defensa fue una invitación al desequilibrio de los delanteros paraguayos, encabezados por el incansable Cabañas y por el eficaz Haedo. Sebastián Domínguez mostró fisuras a veces inexplicables, cierres tardíos y malas salidas. Heinze sumó desconcierto y Papa nunca clausuró el lateral izquierdo. El despliegue de Gago, quizá el mejor jugador argentino de la mitad inicial, se fue diluyendo con el correr de los minutos. Los arranques de Dátolo por la izquierda eran apenas intentos al igual que lo que podía hacer por derecha Verón, con más coraje que juego a sus 35 años. Los ataques invitan al replanteo. ¿Sirve buscar a Messi y Agüero con pelotazos de 40 metros?, ¿cómo hace Agüero para cabecear los centros de Dátolo, quien desborda y llega casi sin aire para terminar la jugada? La Argentina da la sensación que cuando ataca no tiene hombres y cuando defiende también está mal parada. Paraguay empezó a aprovechar las facilidades argentinas. El gol llegó recién, a los 28 minutos, porque, antes, el palo y el travesaño se lo habían impedido al propio Haedo y a Santana. Cabañas, delantero robusto y habilidoso, era una pesadilla para los defensores argentinos, quienes lo sufrieron. En el gol, Cabañas hizo una gran maniobra, abrió para Barreto, quien buscó a Haedo, que sólo tuvo que cruzar el remate para que el estadio explotara y los guaraníes empezaran a sentirse dentro de Sudáfrica 2010. Para el complemento, Maradona dispuso el ingreso de Lavezzi por Dátolo, pero, si el panorama ya era sombrío, la situación empeoró cuando, a los 8 minutos, Verón vio la roja por doble amonestación, tras quejarse por enésima vez. La Argentina salió arriesgar, pero sin ideas. Con uno menos, Diego puso a Palermo por Agüero para soñar con algún centro salvador para que el delantero de Boca escribiera otro capítulo de su carrera de película. La reacción no llegaba. Alguna pelota parada mal aprovechada, un disparo desviado de Messi, centros desesperados. Demasiado poco para tantas aspiraciones
Indefendible
Triste, sin compromiso ni estrategia, deprimida, la Selección cayó y se complicó más. ¿Culpables? Todos Menos mal que no fue gol. Esas definiciones heroicas, una tapa de Schiavi y Palermo ungidos como salvadores, la foto del grito descontrolado y final, quizás hubiera desatado una euforia maligna. Una euforia que hubiera tapado este papelón histórico. Eso fue Argentina, este equipo de Maradona: la nada misma. Paraguay, este Paraguay de Martino, solidario y sin estrellatos, lo goleó. Lo humilló. Peor que Brasil, sencillamente porque Brasil es Brasil. El 10 hace un amago, dos. Gambetea a un rival, a otro. Deja en evidencia la anatómica lentitud de un tercero, el 2 del equipo, que parece recién bajado de una montaña rusa: perdido, mareado, desubicado. A 40 metros, Messi mira. El 10, Salvador Cabañas, no juega en el Barcelona sino en México y no figura en ninguna terna con aspiraciones de consagrarse como el mejor del planeta fútbol. Pero es él quien pone la distinción. No hay mejor imagen que la cara de Messi, su mirada ausente, su descompromiso absoluto, para reflejar esta noche larga. Verón trató de levantarlo, fue su psicólogo en el entretiempo, la mano en la nuca, persiguiéndolo con palabras de aliento. Pero Messi no reaccionó, perdió con la pelota, no jugó sin ella y sus compañeros jamás lo encontraron. Y, con su despertador expulsado, ni siquiera tuvo lucidez para meter ese tiro libre al área, una vez que el mensaje era buscar por arriba lo que no se logró por abajo. ¿Cuánta responsabilidad tiene Maradona? Muchísima. Ya cometió todos los errores que puede cometer un DT. Desde pifiar la estrategia hasta desmotivar jugadores con sus banquinazos (Otamendi, Burdisso, titulares o ni al banco), errar cambios (¿para qué sacó a Dátolo si había que tirar centros al área? ¿Para agregar barullo con Lavezzi?) y ensoberbecerse hasta desviar culpas hacia el periodismo. Argentina fue un equipo triste, deprimido y creó una sola situación de riesgo, cuando un Paraguay asustado hizo todo para que le empataran con un hombre de más. Pero los jugadores también tienen su responsabilidad: no se pueden errar pases de dos metros, dejarse comer por la presión por falta de precisión, tirarle centros a un 9 de 1,70 metro que está rodeado por cabeceadores expertos. Apenas se vio una luz de reacción en Gago y Mascherano, en medio de una actitud general penosa. Ante una situación parecida, cuando vio señales de que algo se había roto, Basile se fue: no soportó la falta de compromiso. ¿Qué debería hacer Diego? Sólo él sabe.
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Messi volvió a decepcionar. Inexpresivo, cada gambeta fue un lamento. Y su postura en la cancha, como si no quisiera estar ahí. Es hora de preguntarse si tiene que jugar. Hagámonos cargo, primero, por hacer de Lionel Messi algo que no es. Que nunca fue. Que quizá lo sea alguna vez, pero no hoy, ahora, ya, cuando esperábamos un no se qué, algo que vimos de él por ráf*gas (en el Juvenil, en la Copa América, como el gol a México, hace tanto ya), algo que nos muestra en otro país, con otra camiseta y otros compañeros. Nos quedamos con el numerito de su cotización, de su cláusula de rescisión, de lo que cobra cada vez que respira. Pero eso no gana partidos. En cambio, nos olvidamos de lo que dice -o no dice- con los colores de acá, del liderazgo que esperamos cada tarde, de ese destello de genialidad que creemos que vendrá, pero que nos pasa de largo como un bondi impiadoso. Pero basta, habrá que asumir que al final Caruso tiene razón, y el pibe necesita aterrizar, creerse uno más, morder un poco de banco, a ver si se revela, o si se rebela...Porque en el fondo lo triste fue eso, ver a Messi entregado como un delantero que está de vuelta, que se cansó de pelear, que ya no le dan más sus huesos. Pero Messi ni peleó, no mostró más emoción más que fastidio, desidia, desinterés, desgano. Seguramente por dentro sentirá otra cosa, vaya uno a saber, pero lo que aflora es lo otro. Y eso es imperdonable para quien lleva una camiseta gloriosa que antes llevaron otros, gente de otro espíritu, de otro corazón. Cada gambeta suya fue un lamento, arrancó siempre sabiéndose que iba al muere, que no iba a poder. Y no pudo nunca. Por lo menos, hubiera pegado una patada, no porque esté bien, por favor, sino porque al menos hubiera sido un síntoma, un indicio de que un partido así, una actuación así, le duele, y le sale la bronca por algún lugar. Pero no. Jugó del primer al último minuto igual, como se juegan los amistosos indeseables, como jugó alguna vez con esta camiseta (Perú, Chile), algo que Basile sufrió y sus códigos le impidieron dar testimonio. Pateó una sola vez al arco en jugada, Lionel, un tiro mordido, miserable para lo que su talento potencial puede dar, indigno de su jerarquía. Y a siete del final, con el equipo hecho jirones, con Palermo y Schiavi como salvadores, Messi tuvo un tiro libre para su zurda, para poder inventar algo, un centro al corazón del área, al fin y al cabo no es tan difícil... Pero hamacó su cuerpo y sacó un disparo alto, sin compromiso, un tiro inentendible, fatal, tan propio de este chico de carne y hueso, sin PlayStation, ni marketing, que anoche fue tan terrenal, tan vulnerable.