Post by realeagle on Sept 11, 2009 14:00:03 GMT -5
Una obligación: renovar al míster por Fernando Palomo Relator y presentador de ESPN
Son dos vertientes que confluyen en las mesas de los bares, de los cafés, en los programas deportivos, en la calle. Una busca ganar sea como sea, sin importar la forma. La otra quiere ganar, nadie compite con la con la intención de perder, pero importa la forma cómo se gana tanto como el resultado. En algunos países estas vertientes se definen con apellidos de técnicos antagónicos, enfrentados ellos por estas dos corrientes defendidas mas por conveniencia mediática que por convicción. Históricamente, el fútbol de El Salvador ha residido en el intrascendente medio de estas vertientes. Quizá hasta ahogados por las mismas. Ni resultados, ni forma. Hubo quienes nos colocaron momentáneamente en esa corriente donde se gana jugando bien. El fútbol de la selección de México 70, sin entrar en grandes detalles, tenia personalidad, se paraba con orden y aun a pesar de sus limitantes atléticas era un equipo que buscaba el arco rival como motivante principal de su juego. La selección que clasificó a España 1982 era un equipo voluntarioso, con alta cuota técnica y la comandancia de un jugador con virtudes únicas (hasta la fecha subestimadas) como Norberto Huezo. Pero ese equipo carecía de fortaleza táctica. Ganó partidos grandes jugando mal y subordinado a los zarpazos del “Pájaro” y del “Mágico” González. Fueron estas dos las más exitosas generaciones de nuestro fútbol, aunque ninguna nos dejó la definición de un sello permanente. Definir un estilo le permite a nuestro fútbol encontrar el rumbo para llegar a un resultado. Las selecciones se definen por eso, por la forma de juego, por la cultura futbolística que representan. Argentina se definió por su potrero, Brasil por su gambeta, Uruguay por la garra, a España la definió la furia y cuando supo que con eso no ganaba, encontró el “tiki-taka”. Son sellos que abanderan procesos y permiten el seguimiento de creencias para apoyarse en ellas de manera permanente. Los técnicos de turno se acercan o se alejan de esa línea filosófica. Es el parámetro. Ninguna de las mejores selecciones de nuestra historia arrancó desde los oscuros lugares que dieron origen a esta selección de hoy. No habitábamos ni cerca de las corrientes del fútbol. La marca “Selección de Futbol de El Salvador” no era atractiva. Conocimos un fondo histórico. El mismo Cuscatlán que hace unos días se descamisó para alentar a la Selecta, recibió este ciclo ovacionando al rival. Insólito. En noviembre de 2006, cuando Carlos de los Cobos dirige su primer partido en el Cusca, la Azul era 169ª del ranking de FIFA y el partido ante Panamá terminó con el público abucheando a los jugadores nacionales. Varios de ellos cargando una racha de doce partidos sin ganar.
Esa selección arrancaba sin nada. No había idea, tampoco habría conciencia que debíamos instalarnos de algún lado y en alguna corriente. Definir cuál corriente seguir es subjetivo y vinculado directamente a la cultura futbolística, una que también habíamos perdido. Con eso se encontró De los Cobos. La lista de necesidades era larga y no cualquiera se atrevía a iluminarnos cuando nos pasamos los años quebrando focos. El equipo tenia que limpiar las toxinas heredadas por generaciones que convivieron con la derrota. Había que obligar a los jugadores a asimilar una y tener fe. Quizá lo mas complicado cuando estos jugadores habían crecido sin esperanza de trascender y entre una inoperante estructura. El Salvador conoció pocas victorias en el arranque, pero ganó mucho. Colocó la piedra fundacional de la mayor virtud de Carlos De los Cobos: la paciencia. La meta no era ganar un partido sino definir formas de juego sostenibles. El mexicano solo ganó cinco de sus primeros veinte partidos, pero triunfó en la instalación de una identidad desconocida hasta entonces. La Selecta encontraba el toque asociado, el orden y la marca escalonada y las bondades técnicas tan nuestras de los de arriba. ¿El primer partido ideal? Hecho ante China. Abril de 2008. 15 meses después de haber asumido en el cargo. El Salvador se daba a conocer como un equipo complicado de romper en el fondo, pero con la malformación hereda por la falta de delanteros. Mal congénito de aquellos que prefieren a los goleadores de afuera sin desarrollar a los de adentro. Con identidad, sello, respeto a una idea y sobre todo una reconfirmada fe en la persona del técnico, los resultados aparecieron. En un año la Selecta le ha ganado a México, tuvo a Estados Unidos contra las cuerdas en dos partidos, jugó mejor que el local en San Pedro Sula (que por historia ha sido complejo) y le ganó a Costa Rica en dos oportunidades con dos recetas distintas, al pelotazo largo como en la Copa de Oro y haciéndoles correr detrás de la pelota como en esa mágica noche en el Cusca. Este proceso ha llevado tiempo, pero ha sido una conceptualización mas ágil de lo que pensaban hasta los mas optimistas. Ahora que nos hemos establecido en una vertiente, con la aceptación de una filosofía de juego, ¿qué detiene a quienes mandan en nuestro fútbol para prolongar este proceso? ¿Qué necesitan ver para creer definitivamente en Carlos De los Cobos como el guía mas coherente para nuestras selecciones? El Cuscatlán lo adora y con eso basta. Decídanse a ampliar la base de interpretes de esta filosofía. Permitan que los mas jóvenes la conozcan cada vez mas temprano en su desarrollo. Que los menores jueguen como los grandes, con la misma idea. El aficionado esta determinado a empujar por la extensión del contrato del míster y creería que muchos a favor de convertirlo en el personaje mas influyente de todas las selecciones. Este grupo se ha convertido en el motor de unidad de un país donde dividirse ha sido norma. La selección se ha confirmado como patrimonio nacional y como tal, merece quedar inmune de los trastornos dirigenciales que desvirtúan su imagen. El camino a seguir debe ser coherente con el deseo de ese aficionado que le acerca su mano a De los Cobos para agradecer por estas alegrías. Y por esta identidad.
Son dos vertientes que confluyen en las mesas de los bares, de los cafés, en los programas deportivos, en la calle. Una busca ganar sea como sea, sin importar la forma. La otra quiere ganar, nadie compite con la con la intención de perder, pero importa la forma cómo se gana tanto como el resultado. En algunos países estas vertientes se definen con apellidos de técnicos antagónicos, enfrentados ellos por estas dos corrientes defendidas mas por conveniencia mediática que por convicción. Históricamente, el fútbol de El Salvador ha residido en el intrascendente medio de estas vertientes. Quizá hasta ahogados por las mismas. Ni resultados, ni forma. Hubo quienes nos colocaron momentáneamente en esa corriente donde se gana jugando bien. El fútbol de la selección de México 70, sin entrar en grandes detalles, tenia personalidad, se paraba con orden y aun a pesar de sus limitantes atléticas era un equipo que buscaba el arco rival como motivante principal de su juego. La selección que clasificó a España 1982 era un equipo voluntarioso, con alta cuota técnica y la comandancia de un jugador con virtudes únicas (hasta la fecha subestimadas) como Norberto Huezo. Pero ese equipo carecía de fortaleza táctica. Ganó partidos grandes jugando mal y subordinado a los zarpazos del “Pájaro” y del “Mágico” González. Fueron estas dos las más exitosas generaciones de nuestro fútbol, aunque ninguna nos dejó la definición de un sello permanente. Definir un estilo le permite a nuestro fútbol encontrar el rumbo para llegar a un resultado. Las selecciones se definen por eso, por la forma de juego, por la cultura futbolística que representan. Argentina se definió por su potrero, Brasil por su gambeta, Uruguay por la garra, a España la definió la furia y cuando supo que con eso no ganaba, encontró el “tiki-taka”. Son sellos que abanderan procesos y permiten el seguimiento de creencias para apoyarse en ellas de manera permanente. Los técnicos de turno se acercan o se alejan de esa línea filosófica. Es el parámetro. Ninguna de las mejores selecciones de nuestra historia arrancó desde los oscuros lugares que dieron origen a esta selección de hoy. No habitábamos ni cerca de las corrientes del fútbol. La marca “Selección de Futbol de El Salvador” no era atractiva. Conocimos un fondo histórico. El mismo Cuscatlán que hace unos días se descamisó para alentar a la Selecta, recibió este ciclo ovacionando al rival. Insólito. En noviembre de 2006, cuando Carlos de los Cobos dirige su primer partido en el Cusca, la Azul era 169ª del ranking de FIFA y el partido ante Panamá terminó con el público abucheando a los jugadores nacionales. Varios de ellos cargando una racha de doce partidos sin ganar.
Esa selección arrancaba sin nada. No había idea, tampoco habría conciencia que debíamos instalarnos de algún lado y en alguna corriente. Definir cuál corriente seguir es subjetivo y vinculado directamente a la cultura futbolística, una que también habíamos perdido. Con eso se encontró De los Cobos. La lista de necesidades era larga y no cualquiera se atrevía a iluminarnos cuando nos pasamos los años quebrando focos. El equipo tenia que limpiar las toxinas heredadas por generaciones que convivieron con la derrota. Había que obligar a los jugadores a asimilar una y tener fe. Quizá lo mas complicado cuando estos jugadores habían crecido sin esperanza de trascender y entre una inoperante estructura. El Salvador conoció pocas victorias en el arranque, pero ganó mucho. Colocó la piedra fundacional de la mayor virtud de Carlos De los Cobos: la paciencia. La meta no era ganar un partido sino definir formas de juego sostenibles. El mexicano solo ganó cinco de sus primeros veinte partidos, pero triunfó en la instalación de una identidad desconocida hasta entonces. La Selecta encontraba el toque asociado, el orden y la marca escalonada y las bondades técnicas tan nuestras de los de arriba. ¿El primer partido ideal? Hecho ante China. Abril de 2008. 15 meses después de haber asumido en el cargo. El Salvador se daba a conocer como un equipo complicado de romper en el fondo, pero con la malformación hereda por la falta de delanteros. Mal congénito de aquellos que prefieren a los goleadores de afuera sin desarrollar a los de adentro. Con identidad, sello, respeto a una idea y sobre todo una reconfirmada fe en la persona del técnico, los resultados aparecieron. En un año la Selecta le ha ganado a México, tuvo a Estados Unidos contra las cuerdas en dos partidos, jugó mejor que el local en San Pedro Sula (que por historia ha sido complejo) y le ganó a Costa Rica en dos oportunidades con dos recetas distintas, al pelotazo largo como en la Copa de Oro y haciéndoles correr detrás de la pelota como en esa mágica noche en el Cusca. Este proceso ha llevado tiempo, pero ha sido una conceptualización mas ágil de lo que pensaban hasta los mas optimistas. Ahora que nos hemos establecido en una vertiente, con la aceptación de una filosofía de juego, ¿qué detiene a quienes mandan en nuestro fútbol para prolongar este proceso? ¿Qué necesitan ver para creer definitivamente en Carlos De los Cobos como el guía mas coherente para nuestras selecciones? El Cuscatlán lo adora y con eso basta. Decídanse a ampliar la base de interpretes de esta filosofía. Permitan que los mas jóvenes la conozcan cada vez mas temprano en su desarrollo. Que los menores jueguen como los grandes, con la misma idea. El aficionado esta determinado a empujar por la extensión del contrato del míster y creería que muchos a favor de convertirlo en el personaje mas influyente de todas las selecciones. Este grupo se ha convertido en el motor de unidad de un país donde dividirse ha sido norma. La selección se ha confirmado como patrimonio nacional y como tal, merece quedar inmune de los trastornos dirigenciales que desvirtúan su imagen. El camino a seguir debe ser coherente con el deseo de ese aficionado que le acerca su mano a De los Cobos para agradecer por estas alegrías. Y por esta identidad.
