Post by realeagle on Feb 8, 2010 14:02:31 GMT -5
Y todo comenzó en la polvosa
Como árbitro, Joel Aguilar Chichas se ha forjado un carácter duro, capaz de expulsar hasta a su propio hermano si se pasa de la raya, pero el llanto también corre con facilidad por sus mejillas. Las últimas 72 horas de Joel Aguilar Chicas han sido tan emocionantes como ajetreadas. Su dulce pesadilla comenzó el viernes al medio día, cuando le notificaron que ya forma parte del selecto grupo de réferis que estará en la copa del mundo Sudáfrica 2010. Ese día su celular no paró de sonar hasta agotar la batería. Él, igual, se quedó sin lágrimas de tanto llorar de emoción. El sábado visitó el Instituto Técnico Ricaldone. Allí se reencontró con viejos conocidos, y se paró en la cancha polvosa donde dio sus primeros pasitos en el arbitraje. Ayer impartió justicia en el juego entre Atlético Marte y Municipal Limeño. Sin lugar a dudas, Aguilar Chicas ha convertido sus cinco minutos de fama en días, meses y, después de Sudáfrica 2010, quizá en años. Pero no siempre su vida fue color de rosa y giró al rededor de un pito. Nacido en el cantón San Lorenzo, de Sensuntepeque, un 2 de julio de 1979, Joel tuvo una niñez y una adolescencia como la de cualquier salvadoreño procreado en una familia humilde. Recuerda que cuando era niño, mientras su madre, María Francisca Chicas —quien la hizo también de padre—, trabajaba arduamente en San Salvador vendiendo pajillas, bolsas y servilletas, él jugaba a los carros con un trocito de madera, y se escapaba cada mañana hacia un corral cercano para ver ordeñar las vacas y recibir un vaso de leche fresca. Su estadía en el campo, sin embargo, fue breve. Entre los tres y cuatro años se trasladó junto a su madre y hermano menor, Jorge Alberto Chicas, a San Salvador, donde vivió gran parte de su adolescencia en distintos trabajos informales. “Anduve trabajando con mi padrastro en fontanería, ayudándole a poner tuberías. Estuve con un primo haciendo zanjas. Me dieron la oportunidad de andar de vendedor de rutas, vendiendo crema y queso, anduve también vendiendo ropa y de cobrador de buses”, recuerda Aguilar Chicas, quien afirma: “todo lo que he hecho, lo he disfrutado”. El primer destino de Aguilar Chicas en San Salvador fue un viejo mesón en Ayutuxtepeque, pero solo un par de años después su madre adquirió un apartamento en la colonia Atlanta de San Ramón, y es ahí donde ha vivido la mayor parte de su vida. Como cualquier tipo normal, el silbante confiesa que en su vida no ha sido un santo, pero aclara que, aunque en su adolescencia generalmente estaba rodeado más de malas compañías que de buenas, siempre vio en las malas un espejo para no caer en los mismos errores. “Fui tremendo. En un momento, por mi temperamento fuerte, fui peleonero, ‘noviero’. Me gustaba mucho andar de novio, pero son travesuras normales, pienso yo”, cuenta Aguilar Chicas, graduado de bachiller del instituto Rubén Darío.
El Ricaldone El sábado pasado, Joel volvió al Ricaldone y, luego de encontrarse con viejos conocidos, desempolvó recuerdos de casi 15 años atrás. Fue en la cancha polvosa del ITR donde Aguilar Chicas, allá por 1994, descubrió su vocación de árbitro. Comenzó pitando a los equipos infantiles a cambio de ¢1.50. Sin lugar a dudas uno de los episodios que más recuerda fue cuando, arbitrando un juego entre el Mirasol y la “Juventus” —equipos de la liga intermedia de su colonia—, pintó de amarillo a su hermano a los tres minutos y lo expulsó al minuto siete. Fue a partir de ahí que se ganó el respeto, el mismo que los mantiene hoy en la cúspide del arbitraje nacional. Es ahí, en la polvosa cancha del Ricaldone, donde se ganó también los primeros abucheos. “Yo ya lo conocí pitando. En ese momento estaba comenzando y le llovían los sermones, pero eso es particular de nuestros oratorios. Los muchachos que vienen son inquietos y también son bastantes malcriados”, dice el padre Sixto Flores, coordinador pastoral del Instituto Técnico Ricaldone. Pero los reproches y reclamos son tan comunes hacia los árbitros que Joel ya se curtió. A lo largo de 14 años ha dirigido en tercera división —debutó como línea ahí—, liga de plata, primera división, eliminatorias mundialistas y copas mundiales juveniles. “Chicas es el orgullo del Ricaldone, salió del oratorio”, declara Blanca de Rodríguez, la señora del chalet del Ricaldone que proveía a Aguilar Chicas de un pedazo de pan y un refresco en sus tiempos de adolecente y al término de los partidos. “Para nosotros era fabuloso salir temprano caminando desde San Ramón para acá. Sabíamos que teníamos que ir a misa (requisito para jugar o pitar), pero sabíamos que después de jugar teníamos nuestra recompensa: venir a traer un pedazo de pan con un fresco”, abona Aguilar Chicas luego de fundirse en un abrazo con la “Mamá Blanqui”. Pero no todo fue arbitraje. Al oratorio, Aguilar Chicas llegó como futbolista y Francisco Chávez, coordinador escolar del Ricaldone, dice que era un buen volante; sin embargo, Joel, aunque le costó cuatro años acostumbrarse a ver una pelota cruzar por sus pies, optó por el pito, ese que hoy lo tiene con las maletas listas y soñando con dirigir en Sudáfrica.
Como árbitro, Joel Aguilar Chichas se ha forjado un carácter duro, capaz de expulsar hasta a su propio hermano si se pasa de la raya, pero el llanto también corre con facilidad por sus mejillas. Las últimas 72 horas de Joel Aguilar Chicas han sido tan emocionantes como ajetreadas. Su dulce pesadilla comenzó el viernes al medio día, cuando le notificaron que ya forma parte del selecto grupo de réferis que estará en la copa del mundo Sudáfrica 2010. Ese día su celular no paró de sonar hasta agotar la batería. Él, igual, se quedó sin lágrimas de tanto llorar de emoción. El sábado visitó el Instituto Técnico Ricaldone. Allí se reencontró con viejos conocidos, y se paró en la cancha polvosa donde dio sus primeros pasitos en el arbitraje. Ayer impartió justicia en el juego entre Atlético Marte y Municipal Limeño. Sin lugar a dudas, Aguilar Chicas ha convertido sus cinco minutos de fama en días, meses y, después de Sudáfrica 2010, quizá en años. Pero no siempre su vida fue color de rosa y giró al rededor de un pito. Nacido en el cantón San Lorenzo, de Sensuntepeque, un 2 de julio de 1979, Joel tuvo una niñez y una adolescencia como la de cualquier salvadoreño procreado en una familia humilde. Recuerda que cuando era niño, mientras su madre, María Francisca Chicas —quien la hizo también de padre—, trabajaba arduamente en San Salvador vendiendo pajillas, bolsas y servilletas, él jugaba a los carros con un trocito de madera, y se escapaba cada mañana hacia un corral cercano para ver ordeñar las vacas y recibir un vaso de leche fresca. Su estadía en el campo, sin embargo, fue breve. Entre los tres y cuatro años se trasladó junto a su madre y hermano menor, Jorge Alberto Chicas, a San Salvador, donde vivió gran parte de su adolescencia en distintos trabajos informales. “Anduve trabajando con mi padrastro en fontanería, ayudándole a poner tuberías. Estuve con un primo haciendo zanjas. Me dieron la oportunidad de andar de vendedor de rutas, vendiendo crema y queso, anduve también vendiendo ropa y de cobrador de buses”, recuerda Aguilar Chicas, quien afirma: “todo lo que he hecho, lo he disfrutado”. El primer destino de Aguilar Chicas en San Salvador fue un viejo mesón en Ayutuxtepeque, pero solo un par de años después su madre adquirió un apartamento en la colonia Atlanta de San Ramón, y es ahí donde ha vivido la mayor parte de su vida. Como cualquier tipo normal, el silbante confiesa que en su vida no ha sido un santo, pero aclara que, aunque en su adolescencia generalmente estaba rodeado más de malas compañías que de buenas, siempre vio en las malas un espejo para no caer en los mismos errores. “Fui tremendo. En un momento, por mi temperamento fuerte, fui peleonero, ‘noviero’. Me gustaba mucho andar de novio, pero son travesuras normales, pienso yo”, cuenta Aguilar Chicas, graduado de bachiller del instituto Rubén Darío.
El Ricaldone El sábado pasado, Joel volvió al Ricaldone y, luego de encontrarse con viejos conocidos, desempolvó recuerdos de casi 15 años atrás. Fue en la cancha polvosa del ITR donde Aguilar Chicas, allá por 1994, descubrió su vocación de árbitro. Comenzó pitando a los equipos infantiles a cambio de ¢1.50. Sin lugar a dudas uno de los episodios que más recuerda fue cuando, arbitrando un juego entre el Mirasol y la “Juventus” —equipos de la liga intermedia de su colonia—, pintó de amarillo a su hermano a los tres minutos y lo expulsó al minuto siete. Fue a partir de ahí que se ganó el respeto, el mismo que los mantiene hoy en la cúspide del arbitraje nacional. Es ahí, en la polvosa cancha del Ricaldone, donde se ganó también los primeros abucheos. “Yo ya lo conocí pitando. En ese momento estaba comenzando y le llovían los sermones, pero eso es particular de nuestros oratorios. Los muchachos que vienen son inquietos y también son bastantes malcriados”, dice el padre Sixto Flores, coordinador pastoral del Instituto Técnico Ricaldone. Pero los reproches y reclamos son tan comunes hacia los árbitros que Joel ya se curtió. A lo largo de 14 años ha dirigido en tercera división —debutó como línea ahí—, liga de plata, primera división, eliminatorias mundialistas y copas mundiales juveniles. “Chicas es el orgullo del Ricaldone, salió del oratorio”, declara Blanca de Rodríguez, la señora del chalet del Ricaldone que proveía a Aguilar Chicas de un pedazo de pan y un refresco en sus tiempos de adolecente y al término de los partidos. “Para nosotros era fabuloso salir temprano caminando desde San Ramón para acá. Sabíamos que teníamos que ir a misa (requisito para jugar o pitar), pero sabíamos que después de jugar teníamos nuestra recompensa: venir a traer un pedazo de pan con un fresco”, abona Aguilar Chicas luego de fundirse en un abrazo con la “Mamá Blanqui”. Pero no todo fue arbitraje. Al oratorio, Aguilar Chicas llegó como futbolista y Francisco Chávez, coordinador escolar del Ricaldone, dice que era un buen volante; sin embargo, Joel, aunque le costó cuatro años acostumbrarse a ver una pelota cruzar por sus pies, optó por el pito, ese que hoy lo tiene con las maletas listas y soñando con dirigir en Sudáfrica.