Post by realeagle on Jun 13, 2010 0:43:31 GMT -5
La Argentina es un equipo peligroso
La selección abrió su marcha con una sensación de ambigüedad: atemorizó cada vez que Messi se lo propuso y evidenció desajustes defensivos. Por Cristian Grosso / Enviado especial
JOHANNESBURGO.- Pudo golear, pero sufrió en el final tratando de espantar un empate que hubiese sido traumático. E injusto. Confirmó la esencia que se intuía detrás de un seleccionado que infunde temor y a la vez no despeja algunas intrigas. Definitivamente, la Argentina es un equipo peligroso. Atemorizó a Nigeria cada vez que el fascinante Lionel Messi se lo propuso, pero volvió a descuidar argumentos colectivos que tendrían que estar afirmados en un gran escenario como una Copa del Mundo. Se había advertido que las resoluciones individuales resultarían la explicación principal para sostener una propuesta que llegaba sin rodaje ni bases creíbles. La Argentina entregó en 90 minutos una combinación de virtudes con firma de autor y defectos con culpas compartidas. Una selección que respondió a su lógica; nadie se puede haber sentido estafado por su carta de presentación en suelo sudafricano: se pasea sugerente y provocadora, pero también se hace un tiempo para caminar por la cornisa.
Todo equipo que sueña con el título necesita de alguna estrella descollante y la Argentina cuenta con ese capital. Messi ayer le advirtió al mundo que llegó a Sudáfrica decidido a replicar en la selección todo lo que hace en Barcelona. Se cargó el equipo. Casi sin laderos ni sociedades, él ganó el partido. Hay una condición que se vuelve indispensable para pertenecer a la elite del fútbol: liderazgo. Una propiedad que acompaña a los jugadores capaces de encontrar una salida cuando a los terrenales se les nubla la cabeza. Un futbolista desafiante. Que asuma naturalmente sus atributos para erigirse en diferente. Con convicción para encarar y arrojo para conducir. Messi lo hizo. Y pagó con una actuación alentadora tanto maltrato y despellejamiento público.
Messi, subido a su estela mágica, pareció saludablemente empecinado. Combinó sin desmayo porciones justas de talento y resolución. La Pulga representó las certezas y encendió la ilusión. Guió la partitura ofensiva de la Argentina. Dejó a sus compañeros en posición de gol. Construyó y ejecutó. Sólo esa muralla que fue el arquero nigeriano Vincent Enyeama le impidió decorar con goles una producción que encandiló a la prensa internacional y colocó en alerta a los futuros rivales albicelestes.
El crack rosarino representó las certezas que regaló el equipo. Las múltiples situaciones de gol que creó la selección aparecen en el haber de un equipo explosivo. No cualquier equipo puede superar tantas veces la resistencia del adversario. Pero debe ajustar la vinculación con el gol, porque el arsenal pirotécnico casi que está obligado a asestarle al marcador una tranquilidad que otras regiones de la cancha no garantizan. También quedó a la vista que la selección es un equipo directo, atado a los golpes de inspiración de Messi. Sin suficiente elaboración ni desborde por afuera, porque Di María casi nunca surcó la cancha con su gambeta por la izquierda y Jonás estuvo pendiente de cumplir una posición que no siente. Quedó desbordado como lateral y jamás impresionó con su galope extenso por la banda derecha. Tevez no terminó de asumir cuál era su posición y Verón ya entregó señales de un físico que lo puede traicionar.
Nigeria, sin atreverse hasta el final, sólo cuando la cercanía en el tanteador lo envalentonó, igualmente dejó en evidencia los desajustes en los retrocesos defensivos. Jonás penó en una posición que lo redujo y no se debería repetir. Maradona reeditó sus malas lecturas tácticas al demorar las variantes y, tarde, introdujo cambios que no gravitaron sustancialmente sobre un estilo que comenzaba a estar en jaque si Messi no tomaba el control de la pelota. Bolatti por Verón para cuidar la posesión, Burdisso por Jonás para cubrir con más agresividad el lateral y Pastore por Tevez o Higuaín para aceitar el diálogo con Messi sin perder profundidad eran sustituciones que reclamaba el segundo tiempo. Maradona no vio nada de eso. "No podemos perdonar tanto", explicó, luego, como único defecto para ajustar. Ojalá la mirada interna calibre la autocrítica.
El seleccionado abrió su marcha por la Copa del Mundo acompañado por una sensación de ambigüedad. Repartió optimismo, sin ahuyentar la preocupación. La Argentina es peligrosa: arrolladoramente filosa, pero con bordes autodestructivos. Juega confiada en lanzar una moneda al aire, con la esperanza de que en las dos caras esté Lionel Messi.
De gala y por otra leyenda
Maradona debutó como DT en un Mundial en el estadio donde empezó el mito de los Pumas; un primer paso emotivo y pasional.
JOHANNESBURGO.- Si en el mismo estadio donde se inició la leyenda de los Pumas, con aquella foto eterna de Pascual volando hacia el try, se inició también otra leyenda, la de Maradona DT, con su flamante traje gris en el borde del campo, sólo lo dirá el tiempo.
Y en este caso, los plazos serán más cortos: el ciclo de Diego al frente de la selección en el Mundial acaba de dar el primer paso -de los que ojalá sean siete- y todo fue tan intenso que las imágenes de lo emocional y lo futbolístico terminan fundiéndose. Y tal vez puedan resumirse ambas caras en dos frases.
Una, la emocional: "Muchas, muchas emociones. Estuve con mi nieto antes de empezar el partido, me tiraba besos con mi hija. Verlos a ellos y ver a tanta gente argentina, pero desde adentro de la cancha y siendo el técnico de la selección, es un sentimiento muy grande. Quiero agradecerle a la gente el apoyo: no olvidan a los que alguna vez hicieron un gol con la camiseta argentina. Pero es todo nuevo para mí: hay que tomar decisiones muy rápidas, estamos en un Mundial, donde todo pasa como un Fórmula 1 y donde, si le errás, te fuiste".
Otra, la futbolística: "La falta de puntería a veces hace que bajes la guardia. Si nosotros, de cinco situaciones claras que tuvimos, hubiésemos hecho tres, estaríamos hablando de un partido brillante de la Argentina. Por eso no se puede hablar de momentos malos o buenos. Y eso les dije después del partido: el que perdona, habitualmente paga. Y nosotros, hoy, perdonamos".
Dieciséis años después de aquella amarga despedida en la Copa del Mundo -y justo ante Nigeria-, como lo hizo antes de sus debuts como jugador en cuatro mundiales, Maradona llegó al Ellis Park para presentarse como entrenador sentado en el asiento delantero derecho del ómnibus que los trasladó desde Pretoria. Tenía los pies apoyados hacia arriba, en un gesto que, según contó, usaba para distenderse en sus tiempos de futbolista. Aquellos que, también según contó, vivía con más nerviosismo que ahora. Se bajó, serio y sereno, detrás de Bilardo. Y ante la pregunta -"¿Cómo salimos hoy?"- de una persona que no identificó como periodista, le mostró tres dedos. Pasó por el vestuario y salió a la cancha para empaparse del ambiente. Recorrió cada sector, saludando a los hinchas argentinos que lo ovacionaban, pero se detuvo en uno, donde estaba su nieto Benjamín y el resto de su familia. Vestía, todavía, su clásico jogging oficial, igual que cuando salió con los jugadores al calentamiento. Fue hablándoles a todos y con todos terminaba con una palmada. Terminó enganchándose en una serie de toques de primera, con Messi, con Mascherano? Y se fue caminando detrás de todo el grupo.
Así volvió a la cancha, detrás de los jugadores, pero ahora para el partido. Y ahora de traje. "Me lo pidieron Dalma y Giannina", podría decir, aunque la frase suene reiterativa, porque así fue. El batallón de fotógrafos que espera a los equipos, esta vez lo esperaba también a él, plantado de espaldas a la cancha, de frente al banco.
Vivió el partido en su corralito. La mayor parte, con los brazos cruzados, apretando en su mano izquierda un rosario. Y le dedicó tanto tiempo al cuarto árbitro, sentado a su derecha, a la altura del centro del campo, como a las indicaciones. A los 22 minutos aprovechó un córner que se demoraba para hablarle -y para escucharlo, más- a Verón. A esa altura del partido, su equipo había generado siete situaciones de gol, pero mostraba algunas dificultades en la generación de juego y algunos "errores no forzados" en defensa. Y a esa altura, claro, el gol de Heinze había marcado la diferencia: Diego pareció querer controlarse en el festejo, pero le duró un segundo; estalló, apuntó con las manos a Milito y giró: terminó, claro, adentro de la cancha, con sus jugadores. En ese momento y al final también, cuando los fue a buscar hasta el círculo central y los abrazó uno por uno. Fue el último en irse y se fue apretando los puños, con la mirada clavada en la platea donde estaba su familia.
Reapareció en la conferencia de prensa envuelto en una nube de humo. Vestido otra vez de buzo, dejó su habano en el pasillo, pero el aroma entró con él a la sala. Traía en la mano una manzana, ya con un par de mordidas. La usó para hablar del hombre que más feliz lo había hecho en su debut, además del triunfo: "Yo a Messi lo quiero siempre cerca de la pelota. Mientras él se divierta, creo que todos nos vamos a divertir. Sacarle la pelota a Messi sería como sacarme esta manzana a mí, que tengo un hambre bárbaro".
El hambre no se le nota; la tranquilidad, sí. El primer paso estaba dado.